lunes, 31 de enero de 2011

Heráclito y el camino


“El camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo”

(Heráclito. Fragmento LXXX)


Si se tratara de una simple constatación  de la dualidad, de la manifestación de los contrarios, ¿habría mencionado Heráclito el camino? Se hubiera limitado a hablar de arriba y de abajo. Tiene que haber algo más. El camino es acaso el accidente físico que más se ha transformado en imagen visual ilustrativa. Arraigada como está su enunciación común en nuestra sociedad, decimos con frecuencia venirte arriba y venirte abajo, los de arriba y los de abajo, los que suben y los que caen, los que llegan y los que se quedan…por el camino. Como recurso de lenguaje, pero también como indicativo de conducta, hablar de la senda o del camino ha servido siempre para revelar el acierto o el error en nuestros comportamientos. Es dinámica en la aparente quietud. Designa en definitiva el principio y el fin de las cosas, en su turnarse perpetuo, sin que haya meta ni origen absolutos. Se trataría de la idea de los ciclos de la naturaleza. Del crecimiento y reflujo de la vida de cada especie. De la progresión y retroceso en los acontecimientos humanos. El camino es el elemento  -nunca estabilidad, siempre movimiento-  pero se manifiesta como unidad. Es la dinámica la que otorga lo singular en un mundo de probables opciones no sustancialmente diferentes. Y éstas siempre se desarrollan en el mismo punto fluctuante. Los fenómenos naturales, los ciclos, la vida animal y humana, la historia, las transformaciones físicas y químicas del universo. Todo fluye en un acontecer que denomina Heráclito el camino. El camino es el acontecer.



viernes, 28 de enero de 2011

Albert Camus: Sísifo, proletario de los dioses (sobre el mito)



"Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de las manos de su vencedor.

Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.

Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura.

Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.

Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes perecen de s reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desmesurada: «A pesar de tantas pruebas, mi  avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.

No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad. «¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.

Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice  sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso."


(El mito de Sísifo, de Albert Camus. Extraído de la edición de 1988 del libro publicado por Alianza/Losada)




Disculpad que reproduzca el texto entero de Albert Camus y parezca largo. Pero veréis que no se hace aburrido, no tiene pérdida cada palabra y cada frase. Es tan exacto, tan incisivo, tan clarividente, tan hermoso que debería quedar sin comentarios. Todo lo que uno dijera después, lo va a decir peor e imprecisamente. Pero un alma bárbara se resiste a no hilar unas pequeñas reflexiones. En el mito está todo, y Camus lo capta a fondo. La desobediencia a los dioses, el desafío a la muerte, la huída del dolor, la persecución de los goces de la vida, la condena…Un héroe absurdo. Todos somos héroes absurdos. O simplemente pringados absurdos. Persecución absurda de estabilidad, de bienes, de reconocimiento, de felicidad, de saber. Pero el límite es la condena. Rotamos esos objetivos del absurdo y nos significamos en un andar y desandar el camino. Lo llamamos altibajos, ciclos, euforias y caídas, suertes buenas y malas suertes. Una manera eufemística de justificar el destino humano. Un estilo de consolarnos al sentirnos embarcados y partícipes todos y cada uno de los individuos que pueblan el mundo. Pero si los momentos de ascenso de la vida nos llenan de euforia, las rachas de reflujo nos apesadumbran, pero…hay algo más. Nos hacen ser conscientes de lo que somos. No sé hasta qué punto cada ser humano percibe el significado de la caída en toda su dimensión. Pero su caída es su condición. Camus dice que la conciencia de esa condición es lo trágico (ay, qué rayo lógico el de los griegos clásicos) Pero esa es precisamente la tesitura que le refuerza y le puede permitir vencer. No hay destino que no se venza con el desprecio, dice Camus. ¿Estoicismo natural? ¿Resistencia pacífica? ¿Pertrecho moral? Demasiado rico el texto camusiano. Disfrutadlo con calma, pues.




Imagen. Se trata de un fotomontaje de la alemana Grete Stern.

miércoles, 26 de enero de 2011

Pablo Serrano y el ser




“Es posible contar con el espacio infinito.
Es posible sentir la realidad de la calle donde la vida es acción, velocidad.
Pero existe un punto en el silencio, estático, inmóvil, que cuenta en el tiempo. Es el ser.
Él está más allá de la realidad y la vida.
Es la soledad frente a la incógnita”


(Texto del escultor Pablo Serrano)


Tiempo y realidad física. Desafío mutuo. La pureza del ser en su vaciedad se ve alterada cuando el medio quiere estar al servicio del hombre. ¿Quiere estar o pretende dominarlo? A base de ocupar intensa y agitadamente el medio exterior el  hombre se convierte también en agente exterior. Riesgo de la pérdida de su referencia innata. Entrega de una esencia puesta a disposición de la inclemencia exigente del entorno. Planteamiento dudoso: el hombre genera realidades físicas para garantizar seguridades y potencias. Lo que parece en principio razonable y necesario se convierte en una espiral insensata. La tiranía del medio, exultante de objetos, capaz de reconvertir cada comportamiento, acto y relación en cosa, pellizca al hombre hasta desproveerlo de su sentido. El sentido o es el ser o es la nada. Tan alienante es la acumulación de objetos que limitan y describen al hombre como la nada, su abandono, el olvido del ser. Pero el ser no muere aunque el hombre no tenga conciencia del mismo. El ser se agazapa en la espera silente. La forma más perfecta de la soledad y de la incógnita. Tiene que elegir entre ambas. O tratar de armonizarlas en el hábitat personal, profundo. Sin que la cosificación nuble el objetivo. Respirar la vida no es suficiente. Hay que palpar permanentemente el aire de la conciencia. Preguntar cada día a la esfinge y desmontar sus trucos. Puede que una incógnita nos conduzca a otra. Será válido. El conocimiento no tiene fin. Lo habita el ser, siempre en territorios ignotos. Más allá de la apariencia inmediata.


lunes, 24 de enero de 2011

Habla Monsieur Teste



“Estás lleno de secretos que llamas Yo.
Tú eres la voz de tu desconocido”

(Texto de Monsieur Teste, de Paul Valery)



No te cabe ninguna duda. Desde el origen, desde la inconsciencia, desde la perplejidad. Hasta la madurez. Atesoras secretos que han nacido contigo. Cada paso por desvelar su significado ha generado nuevos secretos. Acumulas secretos sobre secretos. El ejercicio de revelado de tanto negativo permanece en tu cámara oscura. Manejas clichés, tratas de pasarlos a positivo, otras veces se velan para siempre. ¿Qué imágenes permanecen al final entre tus manos? Extrañas imágenes las del Yo. No saber cuándo permiten entender o cuando oscurecen tu visión. Entre el dilema de las manifestaciones que te exigen y la salvaguarda de tu confusión eliges ésta opción. La primera es pesada y falsa, adultera tu esencia. En el desorden se agitan más bien las voces que quieres escuchar. Voces que preservas y dispones en tu interior secretamente para no dejarte vaciar por lo ajeno. Voces que alientan el apego a tu condición inabarcable.




Imagen. Extraída del blog http://joachimmalikverlag.blogspot.com


viernes, 21 de enero de 2011

Un texto sobre la condición humana, de Edgar Morin



“Llevamos en el interior de nosotros mismos el mundo físico, el mundo químico, el mundo vivo, y al mismo tiempo nos hemos separado de ellos por nuestro pensamiento, nuestra conciencia, nuestra cultura. De este modo, la cosmología, las ciencias de la Tierra, la biología, le ecología permiten situar la doble condición humana, natural y metanatural.

Conocer lo humano no es sustraerlo del Universo sino situarlo en él. Todo conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente. ¿Quiénes somos nosotros? Es inseparable de un ¿dónde estamos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?. Pascal nos había situado ya entre dos infinitos, cosa que ha sido ya ampliamente confirmada por el doble desarrollo en el siglo XX de la microfísica y de la astrofísica. Hemos aprendido hoy nuestro doble arraigo en el cosmos físico y en la esfera viviente.”


Realmente, ¿nos hemos separado? ¿O somos un afinamiento, reflejamos esa proyección  -una proyección más, una extensión como tantas, muchas de las cuales apenas sabemos los humanos-  que el cosmos en su explosión perpetua genera? El cosmos está allí y aquí. En los agujeros negros y en lo más intrincado de las células de los seres vivos. No interpreto la cultura humana como una disgregación y una elevación sobre el resto de manifestaciones del Universo. Nos parece que está por encima, porque nuestra conciencia lógica nos lleva al mundo maravilloso de la explicación y del entendimiento. Mundo relativo, siempre insuficiente, pero siempre un paso adelante. Otra cosa es que nos lo creamos. Y ya viene desde los orígenes del ser humano esa senda paralela de la soberbia. Bien, pero éste es nuestro mundo y hacemos bien en ser conscientes, para bien y para mal, de desarrollar las posibilidades que nuestro mundo  -no único, insisto, no perfecto, acaso no el mejor, ¿qué sabemos de lo que pueda haber con otros desarrollos en la inmensidad de lo lejano y lo cercano?-   nos brinda. Las ciencias y las tecnologías que hacen avanzar aquellas deben estar para elaborar nuevos enfoques  -llámenlos filosofía, pensamiento, ideas, etc.-   sobre nuestro sentido de especie. Pero debemos hacerlo vinculados a los otros miles de mundos, de especies, de situaciones, ahuyentando con humildad nuestras pretensiones superiores. Las pretensiones superiores con lo que está fuera de nuestra limitada conciencia acaban pronto y con frecuencia arremetiendo contra los individuos humanos. Entender y sujetar la dialéctica de lo que buscamos y de lo que retenemos es necesario para el camino que pueda tomar en el futuro, cada vez más urgente y precipitado, nuestra especie.




Texto original: tomado del libro La mente bien ordenada, del científico francés Edgar Morin.
Imagen: cuadro del artista suizo Peter Birkhauser.  

martes, 18 de enero de 2011

Una ocurrencia muy actual de Juan de Mairena




“Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín   -habla Mairena a sus discípulos de sofística-   que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte  -añadía-,  reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel.

Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan   -que os la impongan-   vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara.


Que Juan de Mairena, otrosí Antonio Machado, escribiera esto en mil novecientos treinta y tantos y siga en vigor tiene miga. A esto llamo yo el valor de los clásicos. Pase el tiempo que pase desde que se hace una observación y se registra, sigue siendo aplicable no sólo en el fondo sino en la forma. Es decir, podemos interpretar un texto con toda modernidad aunque esté escrito hace montón de años. A esto le llamo también clarividencia. No tanto bola de cristal, que no se ha inventado todavía con propiedades infalibles, por mucho premio Nobel de economía que auspicien sin fortuna un día sí y otro también para deleite de los especuladores, sino como mirada profunda y conocedora de la manera de ser de los personajes. Si además se le añade ironía y humor el texto es más fácil de digerir y de proporcionar conclusiones. Puesto que todos damos por hecho, y Mairena lo tenía claro, que ser político es formar parte de una mascarada, al menos exijamos humildad, originalidad y carácter independiente. Algunos   -debemos ser una minoría de utópicos-   aún creemos en que la política debe y puede ser otra cosa diferente a la que se usa. Pero no se logra porque exige virtudes y no sólo pragmatismo y aquiescencia. De lo que uno deduce, modestamente, que si es lo que es y los políticos son lo que son (o hacen lo que hacen, seamos más prudentes)  es debido a que la población o el pueblo o los ciudadanos o la masa o los paisanos o los votantes  (escójase el sustantivo que más plazca) es un cuerpo con la máscara puesta, o peor, con las orejeras prestas a no querer ver sino el suelo y tirar al grito ajeno de arre.




Texto original. Corresponde al Juan de Mairena, de Antonio Machado.

sábado, 15 de enero de 2011

Comte-Sponville y su verdad




“¿Quieres que te diga la verdad? La filosofía no tiene ninguna importancia. Las novelas no tienen ninguna importancia. Solo cuenta la amistad; solo cuenta el amor. Digamos más bien: solo cuentan el amor y la soledad. O aún mejor: solo cuenta la vida. Los libros forman parte de ella, sí, y eso es lo que les salva. Pero no por eso la vida deja de seguir su curso…Los libros forman parte de ella pero, ¿cómo podrían contenerla? Hablan de ella pero, ¿cómo podrían reemplazarla? A lo sumo pueden decir la verdad de lo que vivimos, esa verdad que no está en los libros o que no puede estar en ellos más que porque está primeramente en nuestra vida. Verdad del sufrimiento y de la alegría, de la entereza y del cansancio, verdad del amor, verdad de la soledad… ¿Para qué sirve si no la filosofía? ¿Para qué sirve la literatura? Y sin amor, ¿de qué sirve vivir? Sigo citando a Laforgue: ¡Qué solos nos encontramos! ¡Qué triste es la vida! Sin embargo, ahí nace el amor, y la alegría, la única auténtica alegría, que es la de amar.”



Las aseveraciones del filósofo francés son muy au goût français, piensas. Y no se puede decir que no sea así. También tu experiencia pasa por la percepción de la vida. No solo en el vivir por inercia, sino por esa relativa certeza de que al vivir tocas, sientes, te ubicas, comprendes. Y es la medida de esa vida concreta la que permite que te entusiasmes con lo lees y se ratifique tu vida en lo que lees. Entonces leer, que siempre había consistido en una especie de exploración que a veces no te revelaba nada, o que te desfiguraba todo, se constituye en un ejercicio que desciende al nivel de tus pisadas. Porque son tus pisadas las que dan consistencia a lo narrado por otros. O bien desacreditan lo referido por otros. Las pisadas de uno son la base de la verdad. Y el encuentro de la narración con tus pisadas obra sobre ti con la doble garantía. Empiezas a percibir la verdad de un texto si antes habías comprobado la verdad en tu piel. Comte-Sponville refrenda la verdad en esas demostraciones en que las emociones se imponen al lógos. Y los textos se vinculan con las actitudes emocionales del hombre. Relativización de las lecturas. Pero necesidad de las lecturas, si entroncan éstas con tus ganas de vivir. Tu particularidad. Tu identidad.



Texto. Parte de una entrevista de Judith Brouste al filósofo francés André Comte-Sponville, aparecida en el libro El amor. La soledad, de Comte-Sponville. Imagen. Representación de una de las letras del Alfabeto Fantástico del grabador alemán Master ES.

jueves, 13 de enero de 2011

Miedo del hombre al hombre (habla Ceronetti)



"Vivir de miedo del hombre. Desaparecidos los animales feroces, despejados los terrores del cielo, agradables distracciones en comparación, no queda más que el hombre como fuente única del miedo. Tan fuerte, en las metrópolis, como para transformarlas en rocas desmesuradas del miedo del hombre por el hombre, en organizaciones de miedo. Asociarse, en su interior, dotarse de formas de autodefensa feudal, en una irrefrenable inundación de recíproca desconfianza. Un cristal blindado, capaz de resistir al lanzamiento de una bomba, separa a un empleado de quien solicita un sello. El estado que mejor protege de la delincuencia individual es el Estado del Terror, que practica la psicotomía y la noutomía a todos los ciudadanos protegidos. Detrás de la puerta, la vorágine abierta, en la que nos precipitamos, el hombre."



Los hombres del miedo se protegen de los hombres del miedo. El hombre y sus obras, el hombre y sus intervenciones, el hombre y su cosmos, donde el mundo exterior a su propia invención parece una bagatela. Una trampa primera: la naturaleza no es tan inocua ni está tan controlada como el ser humano se pensaba en los últimos años. Hasta hace poco hemos vivido como si no fuera obstáculo la naturaleza. O, al menos, una dificultad controlada. Los últimos acontecimientos llegados de la mano del llamado cambio climático no nos garantiza ya esa seguridad. Trampa segunda: se suponía que las sociedades habían evolucionado debido a un esfuerzo colectivo, a un empeño convergente. Desigual, injusto, desequilibrado, clasista. Como se quiera, pero hilando colaboración, mayormente forzada (aquí habría que cuestionar lo de la colaboración, pero dejémoslo de momento) Sin embargo, el miedo del hombre al hombre, que siempre le ha tenido en guardia, en choque y en observación, ha construido una vida de autodefensa desmesurada. Del hombre frente al hombre. Hombre ciudadano frente a Estado deshumano. Defensa contra defensa, ataque contra ataque. Nada nuevo en cuanto a práctica, que es muy antigua; sí en la calidad de los riesgos que sitúa a los hombres contra los hombres. Y lo que es peor, en la actitud cotidiana de vivir, mirando para todos los lados. Donde ya no se sabe si el ciudadano y el Estado son aliados o víctima y depredador. Hombres piramidales.



Texto e imagen. El texto que encabeza el post pertenece a El silencio del cuerpo, de Guido Ceronetti. La imagen, extraída de http://joachimmalikverlag.blogspot.com.

lunes, 10 de enero de 2011

La claridad de los perros




“…Berganza.- Todo eso es predicar, Cipión amigo.

Cipión.- Así me lo parece a mí y así callo.

Berganza.- A lo que me preguntaste del orden que tenía para entrar con amo, digo que ya tú sabes que la humildad es la basa y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vivos, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados.”


Si ya Cervantes comprobaba cuánta carencia de humildad había en su tiempo, ¿qué pensaría de lo que ha llegado a ser en la sociedad presente? La humildad es simiente de sensatez. Pero en tiempos de espectáculo y exhibición a través de todos los medios técnicos existentes, no es precisamente lo que luce. La humildad no es pobreza. Lo pobre es precisamente alardear, se tenga o no motivos para ello. La soberbia desplaza la sencillez de los individuos. Hasta el más tonto quiere destacar por alguna opinión o algún hecho, sin reparar en que el de al lado persigue lo mismo. La humildad es garantía de disposición al entendimiento. Con ella no es necesario recurrir a la imposición, ni al griterío, ni a la desfiguración de los acontecimientos. La humildad no invoca jactancia de los bienes que se tienen, ni vanidad por un estatus, ni vanagloria por la belleza. Quienes hablan a los demás mostrándose a sí mismos y a los suyos como un escaparate son individuos fatuos, a los que su propia arrogancia les dejará en entredicho y les devorará. La humildad aporta temple y talante, vuelve al ser anónimo que la cultiva un ser dichoso. No se deja deslumbrar por las luces tenues de un mundo  que hoy te enciende y mañana te apaga.



Imagen y texto. Azulejo en la antigua biblioteca del Campo Grande de Valladolid. El texto forma parte del diálogo entre los perros Berganza y Cipión en la novela El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes.

sábado, 8 de enero de 2011

Vigencia de La Boétie en los tiempos presentes



“...Para obtener el bien que desea, el hombre emprendedor no teme el peligro, ni el trabajador sus penas. Sólo los cobardes, y los que ya están embrutecidos, no saben soportar el mal, ni obtener el bien con el que se limitan a soñar. La energía de ambicionar ese bien les es arrebatada por su propia cobardía; no les queda más que soñar con poseerlo. Ese deseo, esa voluntad innata, propia de cuerdos y locos, de valientes y cobardes, les hace ansiar todo aquello cuya posesión les hará sentirse felices y satisfechos. Hay, no obstante, una cosa, una sola, que los hombres, no sé por qué, no tiene siquiera la fuerza de desear: la libertad, ese bien tan grande y placentero cuya carencia causa todos los males; sin la libertad todos los demás bienes corrompidos por la práctica cotidiana de la servidumbre pierden por completo su gusto y su sabor. Los hombres sólo desdeñan, al parecer, la libertad, porque, de lo contrario, si la desearan realmente, la tendrían. Actúan como si se negara a conquistar tan precioso bien únicamente porque se trata de una empresa demasiado fácil.”


Comportarse aceptando la servidumbre. Es el signo y el sino también de nuestro tiempo. Se persiguen los bienes como si formaran parte del cuerpo y de la salud, se compran los valores en las urnas y se relega la práctica en nombre de esa votación, se vende la delegación de los derechos a los que solo exigen deberes, se entrega la racionalidad al consumo, se suplanta el conocimiento por el entretenimiento. Las reglas del juego se reducen cada vez más al mercado, a la capacidad adquisitiva y a la ilusión del ejercicio de la compra. Y todo lo que funciona en política y ética en derredor es en función de y acomodado a esas reglas. ¿Qué pasaría si el crack redujera a cenizas esta situación? Hay una rendición moral de la sociedad porque la hay del individuo, porque no se desea la libertad. Se vive en una dicotomía: todo el mundo parece tener claro dónde reside el mal, pero nadie reacciona. Entiéndase en términos relativos, pero extensos. Los tiranos que antaño se basaban en las armas, en el control directo del poder, en el exterminio inmediato del disidente, hoy disponen de otros bagajes para imponerse y perpetuarse. La información, la educación, la aplicación de la ciencia, la expresión de la cultura, las leyes, los parlamentos, son elementos para la domesticación. Consentimos, luego el poder se instala, se consolida y se convierte en un dios. Ese poder está diversificado, es un pulpo. Penetra en cada capa social, en cada conducta, se adelanta incluso a las aspiraciones de la población. Los individuos, la sociedad, la gente, llámese el ente colectivo como se quiera, al asentir y dar por hecho la lógica del poder y de la explotación, al rendirse a la evidencia del poder que desea ser cada vez más absoluto, asumiendo voluntariamente un sometimiento suicida, construyen pequeños fascismos cotidianos, cultivan la negación de su propia fuerza. El fascismo de cada día se basa en la aceptación acrítica de la situación y en la renuncia a la capacidad personal y grupal para cuestionar lo que acontece y para instalar una alternativa. Renunciar es estar atados. Renunciar es respaldar al poder. Negar la libertad a cambio de la posesión relativa del objeto, en todas sus variantes y formas, es caminar al borde del abismo. Los seres serán en el futuro una modalidad de esclavos modernos, donde lo que les esclaviza no es solo su papel subsidiario y ajeno en el control de los procesos de producción, sino su segunda condición, la de consumidores sujetos a la dependencia del mercado. ¿Por qué si los problemas son bastante comunes y claros para gran parte de la sociedad no es capaz ésta de sublevarse y levantar otra alternativa? El enigma permanece, el debate está abierto.



Imagen. Escalera de caracol extraída de http://joachimmalikverlag.blogspot.com/. El texto primero pertenece a Discurso sobre la servidumbre voluntaria del escritor Étienne de La Boétie (1530-1563)

martes, 4 de enero de 2011

Invisible percepción de Canetti




Está tan poco seguro del futuro que ni siquiera se atreve a nombrarlo. Durante mucho tiempo gravitó pesadamente sobre él; antes lo había obsesionado, y antes aún, de joven, lo embriagaba. ¡Cómo te has volatilizado, futuro! ¿Dónde estás? No estás en ningún sitio. ¿Quién te evitará, a ti, que no te hallas en ningún sitio? ¿Quién dirá tengo el proyecto de sin que sus entrañas se burlen de él?


Es lo más imaginario que existe. Lo más improbable, lo más inexacto, lo más inseguro. Tiempo verbal, trazos de un calendario, paisaje difuso que se moldea según las apetencias de la insatisfacción. Quimera en función de la cual se vive el presente de forma condicionada. Oscuro precio que grava como hipoteca cotidiana. Y sin embargo cuántas posibilidades esperamos que nos brinde. Cuántos quehaceres postergamos en su nombre. Cuántos planes destinamos para su ejecución en un espacio y en un día impreciso, por más que se hagan cálculos previsores. Nunca el futuro nos robó tanto el tiempo presente. Nunca despreció de manera tan injusta la memoria pretérita. No está pero nos empeñamos en habitarlo ridículamente en su inexistencia. Percepción invisible. Su tentación no oculta que nuestra sombra emita una risa maléfica. Su victoria saborea la renuncia de los hombres al carpe diem.




Imagen. Cuadro de Peter Birkhauser. El texto es un aforismo del año 1980 de Elías Canetti recogido en el libro El corazón secreto del reloj.

sábado, 1 de enero de 2011

Recomendación de Epicteto



La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco, que se coloca para adiestrarnos, no para hacernos errar.


Sin mayores aspavientos, Epicteto mantenía ya en el siglo I criterios que hoy prospectan y difunden psicoanalistas, psicólogos y estudiosos de los mitos. El mal es un tema  presente e ígneo desde las primeras culturas. No es la luz la que nos enseña, sino precisamente el lado oscuro de la existencia el que propicia el conocimiento. Es entonces a esa distinción, que antes implica indagar fuera y dentro de cada individuo, o mejor, a esa clarificación de las zonas del mal y de las causas y efectos que manifiesta en cada uno de nosotros y sobre los demás, a lo que llamamos luz. No nos es dada la luz inicial ni gratuitamente. Aunque desde las primitivas culturas existen intermediarios que tratan de disciplinar y aclarar las diferencias entre el bien y el mal a las nuevas generaciones, el mundo de la sombra personal y de la carencia de autoconocimiento es tan hondo e intrincado que el ejercicio solo puede constituir un esfuerzo único e íntimo de cada cual. Que puede durar toda la vida. Y no siempre hay garantías de superar la línea de sombra de la claridad. Además, con frecuencia la intervención de padres, maestros, clérigos o moralistas varios no ha resultado suficientemente fiable a lo largo de la historia. Sus fines preventivos inducen al individuo para integrarlo y posibilitar el éxito del control social. No hay garantía de libertad ni de eficacia en el conocimiento si no se da una propuesta individual y profunda. Conocerse a uno mismo es conocer nuestro personal lado oscuro.




Imagen. Fotografía de http://joachimmaliverlag.blogspot.com. El texto es el capítulo XXVII de la obra Enquiridión del filósofo Epicteto.