"Un necio es quien mucho anhela y no se comporta honorablemente, y causa muchas preocupaciones y fatigas a aquel al que poco quiere agradecer. Quien quiera obtener beneficio de una cosa, piense convenientemente en su espíritu que ha de contar con los costos, si es que desea vencer con honor. Muy raramente queda en su estado un caballo cansado al que se le sigue montando; un caballo dócil se torna testarudo cuando se le retiene la comida. Quien osa exigir muchas cosas al otro, sin recompensarlo, es, ciertamente, un necio. Quien no puede dar por bueno lo que se le hace por una recompensa adecuada, no debe quejarse cuando se le rechace un trabajo; hay que darle un palmetazo. Todo el que quiera disfrutar de algo, mire también de recompensarlo. La ingratitud recibe mal premio, deja la fuente sin agua. La cisterna vieja no da agua si no se vierte agua en ella. El quicio de la puerta muy pronto chirría, si no se le unta de aceite. No es digno de grandes obsequios quien no se acuerda de los pequeños; con justicia le son negadas todas las dádivas a quien no da las gracias por las pequeñas; se llama, en verdad, Sinrazón y Grosería. Todos los sabios han odiado siempre al que han conocido como ingrato."
Este capítulo de La nave de los necios se titula De la ingratitud. No es precisamente un tema baladí, pues aun siendo la ingratitud tan antigua como el mundo no parece tener cura. Existe la ingratitud con los que nos dieron la vida, con quienes nos cuidaron, con aquellos que, mejor o peor, nos enseñaron mínimos para no ser unos ignorantes mientras crecimos, con cuantos tuvimos camaradería y en un momento dado nos apartamos sin explicaciones, con quienes amamos y luego desamamos, con aquellos conocimientos que más tarde desdeñamos, con la historia de nuestro país, sobre la cual sabemos tan poco y queremos saber menos para nuestra desgracia. Existe la ingratitud como forma de dejadez, como abandono, como ignorancia y como alejamiento. Todo ello converge en una actitud que nos conduce a una retrocesión y que es más bien una pérdida. Cuántas veces la ingratitud nos sitúa ante el vacío y la soledad. No reconocer lo positivo de quienes nos concedieron dones se convierte incluso en infamia. Puesto que hoy todo se mide por pragmatismos, también hay que decir que volver a recomenzar, tras haber echado por la borda tantas aportaciones, no solo implica un esfuerzo soberano sino una aberración y un riesgo. Solo señalo el defecto, no me siento validado para recomendar actitudes superadoras. A veces los hombres tienen que reaprenderlo todo.
(El primer grabado corresponde a Alberto Durero. El segundo grabado es obra del llamado Gnad-her-Meister, Tercer Maestro, de la edición de Juan Bergmann von Olpe, de 1494. El retrato de Sebastian Brant es obra también de Alberto Durero)