sábado, 17 de marzo de 2012

Chantal Maillard nos habla del dolor




“Imposible soslayarlo. El dolor es nuestra condición. En él todos podemos reconocernos.

Y, sin embargo, es lo más absolutamente individual. Nadie se duele por otro.

Ésa es la paradoja. Nada hay más común que el grito de dolor de una carne herida; nada hay más intransferible.

¿Hace falta algún poema para decirlo? No. El grito es el lenguaje más universal. Pero tal vez haga falta para recordarlo en tiempos de sosiego. Tal vez haga falta que los sosegados lo recuerden para que los que sufren se sientan amparados. Amparados por la común condición de lo viviente.

¿Y por qué no decir el gozo, en vez del dolor? Cierto, ¿por qué no?

Tal vez porque el que goza no necesita del apoyo de otros; gozando uno se siente entero, se siente pleno y exulta, porque en el gozo no se está solo, en el gozo hemos pactado un acuerdo (transitorio) con el mundo. El dolor, en cambio, contrae.

El cobijo lo necesita el que sufre. Y no es que consuele el sufrimiento de muchos, pero sí sentirse amparados, comprendidos, com-padecidos. Es éste el trabajo de la com-pasión.

No hay poema que no se abra como una herida, escribe Derrida…”


(En la traza-Pequeña zoología poemática, de Chantal Maillard, edición del CCCB)





La condición solitaria del dolor. Acostumbrados como estamos a la normalidad de que no nos pase nada, es como si todos quisieran compartir con nosotros el gozo, el placer, la satisfacción, ese ir bien las cosas. Pero el dolor, por el contrario, suscita rechazo. No se propone el dolor como compartible. Salvo en ese grado de morbosidad aberrante que las situaciones de violencia colectiva generan: puesto que me haces sufrir, te hago sufrir (una guerra) El dolor lo queremos lejos de nosotros. Por espanto reflejo (puede pasarte a ti, oyes que te dice tu otro Yo) Por apartamiento de la incomodidad (no resulta grato sufrir las consecuencias de la proximidad del que está malherido o enfermo) Por la confusión y la impotencia que genera (qué puedo hacer para llegar al que es tocado por el dolor) Por lo que conlleva de prejuicio antiguo (es un tabú, no obstante la normalización que cierto dolor va adquiriendo en la sociedad actual) Se abandona al individuo a su propio dolor, sea cual sea la calidad y característica de éste. Y el individuo se enroca en su propio padecimiento. A mí, que estoy bien, no me llega el dolor, piensa cada afortunado. Y como mucho se gestionan las posibilidades de que el que padece pueda sobreponerse al dolor. No, no todo es tan oscuro como lo pinto. No estoy tan seguro como Chantal de que ser compadecido ayude o salve. Y sin embargo, en el dolor necesitamos sentir que nos tienden manos: manos que con una caricia se aplique otra medicina diferente, que con una mirada se nos entregue un cierto grado de energía del que carecemos, que con una presencia haya acogimiento, que con una sonrisa percibamos una esperanza. Hay poemas que también se cierran como heridas. Como las vidas. 




sábado, 10 de marzo de 2012

Símbolos del Tarot



“El hombre debe regresar hasta sus orígenes personales y raciales, y aprender de nuevo las verdades de la imaginación. Y en este trabajo le van a ayudar dos extraños maestros: el niño, quien ha entrado a medias en el mundo racional del espacio y del tiempo, y el loco, que ha escapado a medias de él. Pues solo estos dos seres están liberados, de algún modo, de la presión del remordimiento del acontecer diario y del incesante impacto de los sentidos externos que atormentan al resto de la humanidad. Estos dos tipos originales viajan ligeros, van lejos en sus solitarios viajes trayéndonos a veces una ramita brillante del Bosque de Oro por el que se han paseado.”


(Alan McGlashan, The Savage and Beautiful Country)


(Imagen del Loco, por Ciclomono)


En este mundo de interpretaciones simbólicas hay que tener sumo cuidado en no construir ni deducir ideología de él. Por esa razón me resisto a entender a qué se refiere el autor con volver al origen racial, cuando ya sabemos que nuestros orígenes son anteriores a las razas (y al concepto de las mismas) Particularmente, pienso sobre todo –si es que la idea del retorno a un origen impreciso sigue en vigor-  en el retorno al origen que debemos reconocer como vinculante por excelencia: la naturaleza, lo natural, en términos genéricos, la evolución constante de la materia, interpretación que parece que nos cuesta tanto captar. ¿Lo tenían más claro los habitantes del Paleolítico no obstante lo inmenso del mundo que se les imponía? Con tanta trayectoria ideológica, los humanos hemos perdido conciencia de nuestros orígenes, se nos dijo que estamos instalados en nuestro ombligo y que todo gira alrededor. Afortunadamente, el conocimiento punta en tantos campos objeto de investigación nos va aportando datos que nos permitirán rescatar orígenes y estados latentes que se van haciendo, cuyos nombres no serán lo más interesante sino los lazos entre especies y mundos y su comprensión. Pero del párrafo de McGlashan lo que me interesa es esa referencia a dos personajes simbólicos que de una manera u otra nos acompañan en nuestro Yo más íntimo desde que nacemos hasta el final de nuestros días. El niño, que aún nos recuerda los tiempos de la inocencia, que son los de la ausencia de responsabilidades y de compromisos, actúa reclamando de nosotros el rescate de la imaginación y de las ilusiones perdidas. El loco, ese doble y contradictorio ente del Yo, ese transgresor apetecible al que no siempre nos es dado reprimir afortunadamente, se hace presente en tantas en cuantas ocasiones estamos a borde del desastre, precisamente para quitar dramatismo a las circunstancias y proponernos un cierto caos con que apartarnos del peligro. Niño y loco se nos sortean de manera recurrente.