“Imposible soslayarlo. El dolor es nuestra condición. En él todos podemos reconocernos.
Y, sin embargo, es lo más absolutamente individual. Nadie se duele por otro.
Ésa es la paradoja. Nada hay más común que el grito de dolor de una carne herida; nada hay más intransferible.
¿Hace falta algún poema para decirlo? No. El grito es el lenguaje más universal. Pero tal vez haga falta para recordarlo en tiempos de sosiego. Tal vez haga falta que los sosegados lo recuerden para que los que sufren se sientan amparados. Amparados por la común condición de lo viviente.
¿Y por qué no decir el gozo, en vez del dolor? Cierto, ¿por qué no?
Tal vez porque el que goza no necesita del apoyo de otros; gozando uno se siente entero, se siente pleno y exulta, porque en el gozo no se está solo, en el gozo hemos pactado un acuerdo (transitorio) con el mundo. El dolor, en cambio, contrae.
El cobijo lo necesita el que sufre. Y no es que consuele el sufrimiento de muchos, pero sí sentirse amparados, comprendidos, com-padecidos. Es éste el trabajo de la com-pasión.
No hay poema que no se abra como una herida, escribe Derrida…”
(En la traza-Pequeña zoología poemática, de Chantal Maillard, edición del CCCB)
La condición solitaria del dolor. Acostumbrados como estamos a la normalidad de que no nos pase nada, es como si todos quisieran compartir con nosotros el gozo, el placer, la satisfacción, ese ir bien las cosas. Pero el dolor, por el contrario, suscita rechazo. No se propone el dolor como compartible. Salvo en ese grado de morbosidad aberrante que las situaciones de violencia colectiva generan: puesto que me haces sufrir, te hago sufrir (una guerra) El dolor lo queremos lejos de nosotros. Por espanto reflejo (puede pasarte a ti, oyes que te dice tu otro Yo) Por apartamiento de la incomodidad (no resulta grato sufrir las consecuencias de la proximidad del que está malherido o enfermo) Por la confusión y la impotencia que genera (qué puedo hacer para llegar al que es tocado por el dolor) Por lo que conlleva de prejuicio antiguo (es un tabú, no obstante la normalización que cierto dolor va adquiriendo en la sociedad actual) Se abandona al individuo a su propio dolor, sea cual sea la calidad y característica de éste. Y el individuo se enroca en su propio padecimiento. A mí, que estoy bien, no me llega el dolor, piensa cada afortunado. Y como mucho se gestionan las posibilidades de que el que padece pueda sobreponerse al dolor. No, no todo es tan oscuro como lo pinto. No estoy tan seguro como Chantal de que ser compadecido ayude o salve. Y sin embargo, en el dolor necesitamos sentir que nos tienden manos: manos que con una caricia se aplique otra medicina diferente, que con una mirada se nos entregue un cierto grado de energía del que carecemos, que con una presencia haya acogimiento, que con una sonrisa percibamos una esperanza. Hay poemas que también se cierran como heridas. Como las vidas.