“ En las descripciones de H.G.Wells, se ve claramente que las cosas gobiernan al hombre, y no al revés.
Los objetos transforman al hombre; especialmente las máquinas.
Hoy en día, el hombre solo sabe ponerlas en marcha, y después siguen funcionando solas. Se mueven, avanzan y aplastan al hombre. En el campo de la ciencia, la situación es aún más seria.
La certidumbre intelectual y la certidumbre de la naturaleza se han disipado.
Una vez hubo conceptos tales como arriba y abajo, el tiempo, la materia.
Ahora no hay nada. En el mundo de hoy, solo impera el método.
El ser humano inventó el método.
El método.
El método se fue de casa, a vivir por su cuenta.
Hemos descubierto el manjar de los dioses, pero no nos lo comemos.
Las cosas, y entre ellas, las más complicadas del todo, que son las ciencias, andan sueltas y desatadas por el mundo.
¿Cómo conseguiremos que trabajen para nosotros?
¿Seguro que es necesario?
Quizá sería mejor que construyéramos cosas inútiles e inmensas, pero siempre nuevas.”
(De Zoo o cartas de No amor, de Viktor Shklovski. Edición de Ático de los Libros)
Es un escrito de 1923 que ya anticipaba las angustias por los cambios tecnológicos y el precio humano que habría que pagar. En realidad se trata de un texto más, pues ya cundieron unos cuantos en la primera parte del siglo XX que hacían hincapié en la misma línea. Incluso Thomas Mann escribió veinte años más tarde su Doktor Faustus, incidiendo más literariamente en el tema. Quien lea un discurso como el de Shklovski de modo puramente literal puede pensar a estas alturas que es exagerado. Y sin embargo, cuanto más lo leo al pie de la letra menos necesidad tengo de pensar en metáforas o en lenguaje irónico. Me pregunto: ¿están siendo las cosas tal cual las expone el escritor ruso? Hay una parte de la crisis actual de las economías occidentales que reside en la rapiña financiera, en el desastre y caos de las teorías económicas y en la desorganización de los mercados. Amén de una actividad productivista que ha emprendido probablemente una carrera de callejón sin salida. Pero tengo la impresión de que el cambio tecnológico inagotable, la velocidad a que se desarrollan los descubrimientos técnicos y científicos, su aplicación en aras de la reducción de costos, la sustitución cada vez más frecuente de la maquinaria y su incidencia en los procesos productivos, apartando al ser humano, relegando la mano de obra, está siendo tan decisiva en la crisis social como lo fue a finales del siglo XVIII, cuando el surgimiento del maquinismo. Probablemente, el fenómeno ha sido constante, nunca se ha detenido. Entonces, cuando contemplas por un lado los altos índices de paro, sus secuelas sociales y políticas de dimensión imprevisible, los cierres de factorías, la reconcentración de estas, no dejas de pensar en que el triunfo de la máquina despoja a millones de humanos de sus posibilidades de trabajo. La pregunta del formalista ruso: ¿Cómo conseguiremos que trabajen para nosotros? Me resulta en este contexto clarividente y acertada.