martes, 28 de diciembre de 2010

Una obstinación de nuestro tiempo. Alexander Kluge



Pregunta: ¿Pero no ocurre a veces que en el arte se expresa una resistencia, que toma una forma revolucionaria?

Respuesta: Oskar Negt y yo definimos la revolución con la palabra “obstinación”. Existe una resistencia en el interior del hombre, algo que no obedece. Creo en esto. No es necesario agitarlo porque siempre ha estado presente. Pero no tiende a armar barricadas. No creo que estemos viviendo una época revolucionaria; mire a China, Cuba o América del Sur. La revolución duerme como en el castillo de la Bella Durmiente.


Resistir es entonces invocar lo necesario. Resistir es cambiar también. Y sobre todo discurrir. Mientras que lo necesario es indiscutible y se yergue aún con toda la fuerza de su sintaxis lógica, el cambio es algo impreciso hoy día. Saber qué pero no saber cómo, y lo que es peor, no poder hacerlo con sensatez, parecen hoy términos antitéticos. Tanto en el cuerpo individual como en el colectivo late la tendencia. Pero no se manifiesta la urgencia y, mucho menos, la clave para encarrilar la exigencia. Sin embargo, los tiempos están modificándose imparablemente tanto en calidad como en cantidad, y lo hacen a los cuatro puntos cardinales. De tal modo que unos influyen sobre otros e incluso los desarbolan. Acaso todo se va a precipitar antes de lo sospechado y, de manera sorprendente, con otro imaginario menos tradicional. Resistir no es solo una plegaria o una mera palabra sino, principalmente, el objetivo práctico a corto plazo.




Imagen. Fotografía del escritor y director de cine Alexander Kluge. El texto corresponde a una entrevista efectuada por Stefan Grissemann a Kluge para  el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung en 2008. Tomada de la revista Shangrila.


domingo, 26 de diciembre de 2010

Zaratustra dice



Mas Zaratustra miró al pueblo y se maravilló. Después habló así:

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.

Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso estar en camino, un peligroso mirar hacia atrás, un peligroso estremecimiento y un peligroso detenerse.

La grandeza del hombre consiste en ser un puente y no una meta: lo que se puede amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso.


Nietzsche intuía el estado provisional del hombre, el hombre como ser en marcha perpetua, como ente en formación desigual, en un estar haciéndose. No sé por qué recuerda un poco la idea de Marx de que el hombre está viviendo todavía en la prehistoria y no ha alcanzado aún la verdadera historia. El hombre como estado puente, como individuo y como ente social. La clarividencia de ambos pensadores coincide en la comprobación de los límites del ser personal y en la tendencia a superarse. Si para Marx el hombre no se realiza a sí mismo sin que se realice el hombre colectivo, para Nietzsche es el ser íntimo y personal, o acaso el hombre simbólico por excelencia, aquello que abre y rasga, al que despoja de una suerte de alegría insensata, al que zarandea y rescata para ir más allá. ¿No hay algo de poetización en el mensaje que Nietzsche dirige al hombre a través del intermediario llamado lector? 



Imagen. Hombre caminando entre la niebla, según http://joachimmalikverlag.blogspot.com

martes, 14 de diciembre de 2010

La hembra del Dao




Valle, espíritu, inmortal;
se llama la hembra misteriosa.
El umbral de la hembra misteriosa,
es la raíz del cielo y de la tierra.
Sin interrupción,
parece existir siempre,
su eficiencia nunca se agota.


El Dao es el todo. El todo es el vacío. El vacío cubre a los habitantes y  a las cosas. Es la hembra que los ha parido, que los protege y los alimenta. La que crea y abarca. Es azar y es eternidad. Nunca termina, porque en la no-acción no sufre desgaste. Se recrea a sí misma en la permanencia. Cielo y tierra, y profundidad de los seres, se extienden bajo el manto de la expansión y recogimiento del Dao.



Imagen. Efecto de una fotografía de Man Ray abarcando los objetos circundantes en el ámbito de una exposición de su obra. Fotografía de http://joachimmalikverlag.blogspot.com

domingo, 12 de diciembre de 2010

Almas bárbaras




 
Malos testigos son ojos y oídos para quienes tienen almas bárbaras.

Es uno de los fragmentos de Heráclito. Pocas palabras, no sólo esta frase sino en general la obra que nos ha llegado de él. Frases urdidas a trozos. Hoy se las calificaría de aforismos. Pero es hermosa la denominación de fragmentos. Tal vez escribir sea siempre algo fragmentario. Y en ello esté la esencia de la escritura. El discurso es otra cosa. Acaso retazos de fragmentos urdidos y cosidos hasta formar una pieza. Pero ¿quién podría aseverar que cada texto de Heráclito no es un discurso en sí mismo? Suficientemente oscuro para ser lo bastante abierto. Ello ha suscitado múltiples variantes, no sólo de traducción sino de interpretación y de sentido.

¿Cuál es la clave del fragmento XXXIV? Autores clásicos y modernos han arriesgado sus versiones. Así, a groso modo, hay quien considera que lo de las almas bárbaras querría decir la visión de quienes no son de los nuestros (los bárbaros)  Hay quien afirma que se cuestiona la capacidad de los sentidos si el lenguaje no sabe interpretarlos. Hay quien lo explica como que el valor de los sentidos no es lo decisivo para hallar la verdad de las cosas. Y quien matiza más diciendo que Heráclito quería decir que si no hay disposición lógica, es decir lenguaje más razonamiento, no es posible la comprensión de los fenómenos y los acontecimientos.

Es evidente que lo que condiciona este pensamiento es la expresión almas bárbaras. ¿De qué se trata? ¿De los otros? ¿De los que no han evolucionado hasta alcanzar nuestra cultura (pensada en términos de cultura griega)? ¿De los que rechazan discurrir? ¿De los que se dejan llevar por lo irracional? ¿De aquellos que se fijan sólo en lo aparente y no profundizan en las causas?

Tal vez todos tengamos almas bárbaras y los sentidos se sientan insatisfechos con lo que somos capaces de aportar a su potencial.



Imagen: rostro de Heráclito pintado por Peter Paul Rubens, del cuadro titulado Demócrito y Heráclito, ubicado en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid.