domingo, 27 de febrero de 2011

Kim Thúy y su memoria





“De pequeña, creía que la guerra y la paz eran dos antónimos. Y, sin embargo, viví en paz mientras que el Vietnam ardía, y sólo trabé conocimiento con la guerra después de que el Vietnam hubiese guardado sus armas. Creo que la guerra y la paz son, de hecho, amigas y que se burlan de nosotros. Nos tratan como enemigos cuando les place, cuando les conviene, sin preocuparse por la definición o el papel que les damos. Tal vez no debamos confiar en la apariencia de la una o la otra para elegir la dirección de nuestra mirada. Tuve la suerte de tener unos padres que pudieron preservar su mirada, no importa el color del tiempo, del momento. Mi madre me recitaba a menudo el proverbio que estaba escrito en la pizarra de su octavo año, en Saigón: La vida es un combate donde la tristeza acarrea la derrota.”



(De la novela Ru, de Kim Thúy, editada por Alfaguara en 2010)








Guerra y paz. Un elemento más de los opuestos que son complementarios. Antónimos que se atraen y se repelen en función de oscuros designios que las gentes no establecen pero que se ven obligadas a acatar.  Kim Thúy los percibió como aliados en una suerte que se volvió contra ella y su familia. Evidentemente, hay posiciones dentro de la sociedad; no todos los individuos padecen del mismo modo en un tiempo o en el otro. Los que vivieron bien en la paz anterior a la guerra e incluso en la guerra no pueden asimilar la dureza que viene si la perdieron. La ira de los vencedores se ceba en ellos. Más terrible puede ser el caso de aquellos que sufrieron antes y durante y lo siguen pasando mal tras las contiendas, si es que sobreviven a éstas. En ese pulso paz/ guerra en que ésta toma el relevo los individuos se convierten en más masa bruta y manipulable que nunca. ¿Cómo desviar la mirada de lo real e inmediato? ¿Cómo mantener una mirada que no se vea afectada totalmente, ni anulada ni ciega? ¿Reteniendo la memoria del pasado feliz? ¿Sosteniendo el ejercicio de la imaginación? ¿Cómo hacer casar ensueño con dura realidad? ¿Cómo desgravar lo que cae onerosamente y sin piedad? Sin ponernos en la tesitura extrema de lo que la autora vietnamita de esa sorprendente y afilada novela testimonio relata, deberíamos reflexionar y prospectar sobre la frase indicada:  La vida es un combate donde la tristeza acarrea la derrota. Simplemente porque en cada día de nuestro tiempo de paz también nos espera el límite.


jueves, 24 de febrero de 2011

Aprovecha el consejo de Vergílio Ferreira



“Aprovecha la vida mientras sea vida dentro de ti. Aprovecha tu cuerpo mientras seas tú quien vive en él. Aprovecha. Primero tienes más espíritu que cuerpo y dentro de ti hay una convulsión de ideas, una agitación insufrible de proyectos, decisiones, descubrimientos. Después la convulsión se mitiga y empiezas a vivir de las ideas recabadas. Después, poco a poco, vas perdiendo esas ideas o las vas olvidando por tus desvanes. Después, apenas quedan una o dos con las que te vas gobernando. Hasta que por fin, te quedarás solo con la carcasa de tu cuerpo, sin nada en el interior, mientras las normas municipales esperan a que abrevie para poderlo tirar a la fosa. Aprovecha tu cuerpo mientras estés dentro de él. Aprovecha mientras estás.”


(De Pensar, de Vergílio Ferreira, párrafo 279. Edición de Acantilado, 2006)





¿Y si te resistes? ¿Y si no aceptas lo que parece ser un proceso natural en los seres humanos? ¿Y si te esfuerzas para romper un poco al menos los esquemas hasta que se cumpla la sentencia? ¿Y si no se cumple nunca la sentencia? En algún apartado de ella, siquiera en el último período de esa vida que puede llegar, acaso te consumas. Pero esa realidad aparente ¿será tal cual la describe Ferreira? La reflexión es suficientemente empírica como para tomarla en consideración, pero ¿y si eres uno de esos que rompen la norma? ¿De los que han pactado secretos acuerdos con las fuerzas del mal para disponer de una porción de energía que permita no ser solo un tirado en un rincón del asilo? Pero no te hagas ilusiones. No se debe a la mera voluntariedad la prolongación de tu fuerza. Te hablan de la calidad de vida y te suena más a montaje de mercado. No sabes si las fuerzas te van a limitar pronto o te van a acompañar hasta un extremo temporal. Por eso mismo, porque no tienes certeza ni siquiera certidumbre sobre las posibilidades de tu vida, sabes que al escritor le acompaña la razón. Que usa toda la carga de una observación plena de valor a través de los siglos para advertirte. Que es benévolo en su consejo. Que es audaz en la recomendación. Que es preciso en el estímulo del verbo. Aprovecha, pues.



La imagen está bajada del blog Presencia de espíritu   http://presenciadeespiritu.blogspot.com


lunes, 21 de febrero de 2011

Wallace Stevens y su adagio Metáfora


“No existe cosa tal como una metáfora de una metáfora. Uno no avanza por medio de metáforas. Así, la realidad es el elemento indispensable de cada metáfora. Cuando digo que el hombre es un dios, es muy fácil comprender que si también digo que un dios es alguna cosa, dios se ha convertido en realidad.”

(De Adagia, de Wallace Stevens. Edición de Ediciones Península, 1987)



Una careta, un reflejo, una sombra, un endulzamiento. Cualquier cosa puede ser una metáfora. Pero la humanidad se acostumbró pronto a tomar la metáfora como la realidad. He ahí lo del dios. Insuficiente, obviamente. La metáfora sirve para desvirtuar lo real, y también para reconducir la realidad en otra dimensión. La metáfora edulcora, pero lo que se toma no es la metáfora sino la realidad descarnada. Gusto por utilizar la metáfora de lo relativo. Disgusto por convertir la metáfora en metáfora y envenenar el corazón de las almas.



La fotografía superior está extraída de http://joachimmalikverlag.blogspot.com. En la fotografía inferior Wallace Stevens.



sábado, 19 de febrero de 2011

La sombra colaboradora y Alejandra Pizarnik




"Empecemos por decir que Sombra había muerto. ¿Sabía Sombra que Sombra había muerto? Indudablemente. Sombra y ella fueron consocias durante años. Sombra fue su única albacea, su única amiga y la única que vistió luto por Sombra. Sombra no estaba tan terriblemente afligida por el triste suceso y el día del entierro lo solemnizó con un banquete.
Sombra no borró el nombra de Sombra. La casa de comercio se conocía bajo la razón social Sombra y Sombra. Algunas veces los clientes nuevos llamaban Sombra a Sombra; pero Sombra atendía por ambos nombres, como si ella, Sombra, fuese en efecto Sombra, quien había muerto."


(El entendimiento, de Textos de sombra, recogido en el libro Poesía completa, de Alejandra Pizarnik. Edición de Lumen, 2.000)







Quién es quién a lo largo de la vida es uno de los mayores desafíos. Quién puede obrar de una manera y el otro Quién puede obrar de otra. Y a la inversa, si es preciso. Si se necesitan porque en ocasiones están cansados de su rol respectivo, o porque uno no alcanza a lograr lo que el otro podría, alternan sus facultades y sus decisiones. Uno es el otro. No es que uno se haga pasar por el otro. Nunca se sabrá cuándo se trata de una diversión o de una urgencia intercambiar el Ser del uno por el Ser del otro. ¿Y si el Ser no es único? Hasta ahora creíamos que al morir uno se muere su sombra. Y Alejandra lo tiene claro. Porque suele ocurrir que la sombra del sujeto permanece a pesar de que el sujeto esté bajo tierra o disfrutando de las etéreas praderas. Muchos que han conocido a ese sujeto o bien a su sombra suelen comentar: qué larga mano tiene después de muerto. Es una manera muy categórica y autoritaria de indicar que realmente ha sobrevivido su sombra. ¿De verdad cabe pensar que sólo es una metáfora? La sombra de la historia es densa, la sombra del padre es larga, la sombra del miedo es insuperable, la sombra del dolor es constante…suele decirse. Por no ignorar las expresiones el poder en la sombra o a la sombra del poder. Tantas propiedades de la Sombra empalidecerían de vergüenza al Sujeto finito. Y las gentes se confunden como si éste perviviera. Podría haberme evitado esta perorata, ya que Alejandra Pizarnik lo dice con más exactitud y gracejo.



(La fotografía superior es del blog http://joachimmalikverlag.blogspot.com)   


lunes, 14 de febrero de 2011

Sogatira. Cioran.




"El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no-ser, entre dos ficciones."


(Ese maldito yo, de E.M.Cioran. Edición de Tusquets, 1987)



Al menos el hombre se siente en un espacio. Si se desprovee de las apariencias ese espacio es el vacío. Es el actor protagonista de un mero ejercicio dinámico. Como en la sogatira, el hombre es ese punto de máxima tirantez que las dos fuerzas opuestas llevan a la máxima tensión. Puede adornarse para determinar su visibilidad, pero no puede evitar lo profundo: esa tensión que le atrae o le  repele hacia uno de los dos extremos. No hay un punto fijo ni estable. Como mucho hay una referencia, y nunca absolutamente clara. El hombre se debate con el vacío de manera constante. Es sorprendente que precisamente lo que ocupe el vacío del hombre sea la ficción. Cuando cree ser edifica un mundo de significados y significantes a los que les otorga incluso carácter sagrado. Se refugia en ellos y lucha por ellos. Una realidad cargada de respuestas irreales, aunque posibles, que le permitan sobrevivir. Cuando duda y no se encuentra satisfecho con esa zona de la soga se abandona a la conciencia del vacío. Sufre porque sabe que todo es posible pero nada se garantiza que sea realizable. A veces, para conjurar tal conciencia se entrega o al mundo onírico o al mundo sublimado de la imaginación. El punto de máxima presión se reconoce así durante todo el tiempo que dure el juego. Soportando alineamientos en un sentido u otro. El punto de presión puede ser también un punto de ignición, donde prende el riesgo de la supervivencia. Y llegado el momento el hombre se encarna en el punto de rotura. No soporta más las ficciones de las dos máscaras de la existencia. Es cuando bajo el vacío que ha sorteado durante su temporalidad se convierte en la nada. Fin del juego. Ni vencedores ni vencidos. O sí, acaso la ficción.



viernes, 11 de febrero de 2011

Dos textos sobre el disfraz y la imitación (Marx y Pasternak)



"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal."




(El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Karl Marx, 1852)



“Aquel hombre debía poseer un don, no necesariamente genuino. El don, que asomaba en todos su movimientos, podía ser el de la imitación. En aquella época todo el mundo imitaba a alguien. A los héroes gloriosos de la historia. A las figuras distinguidas en el frente o en los días de las revueltas en las ciudades, que habían cautivado la imaginación. A las autoridades populares más reconocidas. A los camaradas que habían triunfado. Sencillamente se imitaban.”



(El doctor Zhivago, de Borís Pasternak, 1957)


No deja de ser curioso que con un siglo de distancia ambos textos se parezcan tanto. El de Marx es acusadamente político. El de Pasternak es acusadamente literario y, sin embargo, también con lectura política. Ambos coinciden en la intención y en la observación clarividente. En las puertas del Occidente rico bullen las revueltas. Tal vez las revueltas de hoy se traten de revoluciones larvadas. Tal vez se estén ya fraguando las grandes transformaciones del mañana. Pero en el Occidente rico, ¿qué bulle salvo las contradicciones y un intento de recomposición de lo mismo de siempre? ¿Se imita Occidente a sí mismo? ¿A un tiempo pasado, a una influencia perdida, a un espacio que no acaba de situarse? Y esa imitación, ¿es un guiño, una burla, un disfraz, una huída hacia delante? Pero ya nada es igual. El mundo hierve y nuevos cocineros se aprestan a preparar sus ollas. Las hegemonías del pasado finalizaron y llegan otras nuevas. Incertidumbre para unos. Esperanza para otros. ¿Sigue siendo tiempo de máscaras y de imitaciones grotescas? Tal vez el destino de los hombres sea disfrazarse y querer ser otro. Otro personaje de la historia, otro triunfador de los que venden los media, otro que hace dinero. Lo difícil es no imitar y no ponerse disfraz alguno. Y verse el alma en cueros vivos. Aceptarse. Querer ser.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Incierta presencia del planeta (Starobinski)



“Dedicamos hoy nuestra atención al destino del planeta entero, cuando nuestra preocupación por Europa persiste y cambia una vez más de  naturaleza. Pero ¿podemos recurrir a un pasado mundial común? Tendríamos que remontarnos a la invención del fuego…El orden del mundo está por hacer, no por rehacer. No es un legado que haya que volver a encontrar, es por entero tarea nuestra. Pueden ser construidas tantas cosas, y sin embargo tantos valores a los que estamos vinculados amenazan con degradarse. Naturalmente, hubo, a varios milenios de distancia, un mundo de civilizaciones meso-orientales y mediterráneas, como hubo un mundo americano precolombino. Su conocimiento es muy valioso por más de  una razón, pero ¿nos ofrecerá éste los medios que necesitamos para entrar en el mundo del siglo que viene? Tras la guerra de 1914, Paul Valéry evocaba los nombres de Susa y Persépolis, como prueba de que las civilizaciones son mortales y que las naciones de Europa podrían conocer el mismo destino.”


(Jean Starobinski, Incierta presencia, 1996, recuperado e incluído por Cuatro Ediciones en 1999 bajo el título de Razones del cuerpo)



No hay paraísos perdidos ni hubo jamás mundo feliz. Ni siquiera el mundo del pasado lo era de certezas. Mucho menos de plenitudes. Esa idea tan extendida común y equívocamente que se expresa como hay que recuperar la tierra o los valores o el sistema de vivir primigenio o la paz o el comunismo primitivo desfigura y desmoviliza. La expresión de los sistemas de organización, de obtención de bienes y de vida social probablemente nunca fue la misma y a la vez para unas y otras zonas del planeta. Al menos, no desde el nacimiento de la agricultura, de la ganadería y de las ciudades. ¿Y hasta qué punto en el paleolítico o en el eneolítico pudo haber una extensión generalizada de usos y costumbres? Es algo que los avances rápidos de la arqueología y la antropología lo aclarará no tardando mucho. Pero no se trata de invocar el pasado lejano y utópico (en el sentido de ficticio e inexistente) como respuesta al presente y menos a lo venidero. No es en la dirección de restaurar nada hacia donde hay que dirigirse. El problema fundamental del planeta, su degeneración y factible destrucción, se ha agudizado tanto que es cuestión de vida o muerte el encararlo. La demografía y el reparto injusto y desigual de la riqueza  -lo que supone el mantenimiento de un sistema de producción y distribución contradictorio y anquilosado en sus propia fijación por la obtención del beneficio a cualquier precio-  agravan y condicionan la conservación en el futuro de un ámbito donde vivir. Algo que se sabe y no se niega, pero sobre lo que no se toman medidas efectivas y no pasa sino de declaraciones de principios. Nadie previó un mundo tan habitado y depredado por nuestra especie. Nada fue escrito en el pasado y Nostradamus es una patraña. La cólera y el riesgo de la Tierra ha surgido fundamentalmente de los humanos y se ha precipitado en poco tiempo. El futuro, como dice Starobinski, está pendiente de hacerse. Y hay que levantarlo de forma nueva y con participación global. Acaso sin modelos, pero con referencias. En ese sentido, el conocimiento de las sociedades pasadas sirve para no repetir errores y conocer más el alma humana colectiva. Pero por sí mismo no proporciona herramientas de construcción y consolidación. Como mucho, de rectificación. No perderse en añoranzas de mundos inexistentes. Afrontar lo real y hacerlo de manera contundente e impostergable es la consigna para la supervivencia.





domingo, 6 de febrero de 2011

La solidez, como la ve Maillard



“Solidez. Hay lugares donde la solidez hace historia. Hablo de las piedras.”


(De Filosofía en los días críticos. Chantal Maillard)



Las piedras como lugar, las piedras como solidez, las piedras como tiempo. Antigua condición. Entre la orogénesis y la arquitectura, el vacío y la espera. Salgo de mí como hombre-especie y me incrusto en la materia bruta. Donde obran los movimientos tectónicos, se precipita la densidad de la masa y tiene lugar la mezcla diversa de los elementos. Salgo de mí como hombre-civilización y me coloco en un espacio ocupado y recreado. Soy aquello edificado para adorar las ideas que se imponen al hombre. Soy cuanto se levanta para consagrar cualquier signo de poder que se impone al hombre. Soy todo lo fortificado para defender a unos hombres de otros hombres. Soy el hábitat donde el hombre se pretende en coexistencia con otros hombres. Soy la novedad intacta para convertirme en símbolo y representación que alumbren el sueño de los hombres. Soy el hueco rupestre, la excavación del espacio postrero donde el hombre retorna a la nada. A este lado de lo onírico apenas queda dentro de mí una pizca de esa solidez que solo las piedras pueden presumir en su íntima esencia.



Imagen. Escultura de Mery Maroto.

jueves, 3 de febrero de 2011

Reivindicación del amateur, siguiendo a Barthes



“El Amateur (el que practica la pintura, la música, el deporte, la ciencia, sin espíritu de maestría o de competencia) conduce una y otra vez su goce (amator: que ama y ama otra vez); no es para nada un héroe (de la creación, de la hazaña); se instala graciosamente (por nada) en el significante: en la materia inmediatamente definitiva de la música, de la pintura; su práctica, por lo regular, no comporta ningún rubato (ese robo del objeto en beneficio del atributo); es –será tal vez– el artista contra–burgués."

(El amateur. Texto del libro Roland Barthes por Roland Barthes, editado en Kairós en 1978)




Malos tiempos para el amateurismo entregado y sincero. Nada que ver con la chapucería ni con el abuso ocioso. Nostalgia por aquellos tiempos en que ser amateur era prácticamente ser autodidacta. Más. Ser amateur era abrirse y decir: este soy yo, esto doy yo. Ser amateur era dar de uno sin esperar compensaciones materiales. Sí, una sola acaso, y no siempre. Se esperaba al menos algún tipo de reconocimiento, una admiración, una consideración ética, una complicidad de otros que practicaban ese afán amateur. Existía, por lo tanto, esa conducta como opción personal, pero también colectiva. Cuántos proyectos  -culturales, políticos, sociales-   que encima exigían poner dinero, nunca recibir, para que salieran adelante. Pero a cambio, uno se acostaba cada noche con una sensación plena. Había salido de sí mismo, había creado, a su manera. No esperaba transcendencia superior  -ni social, ni política, ni cultural-  sino únicamente satisfacción para sí mismo o, como mucho, para beneficio moral de la tribu en la que uno estaba incrustado. Práctica que se imponía como una moral aprendida en el propio andar cotidiano. Se escribía, se ponía cine, se convocaba a gente, se organizaban mesas redondas, se invitaba a individuos de fuera a los que previamente se les informaba que no había con qué pagarles, y esa gente, semejante al amateur, respondía. Hoy toda entrega tiene que ser a cambio de dinero. No se concibe la bondad y la sencillez de un ejercicio sin que el intercambio mercantil no salga a relucir enseguida. Con lo cual, la posibilidad de que toda realización amateur sea alternativa, prácticamente se difumina. Aquel viejo concepto, difuso y abstracto, sí, y aquel término, pomposo también, que tanto se nombraba (realizarse, se decía) de hacer las cosas para realizarse uno mismo, y que sonaba a bastante salvífico (pero de una salvación de este mundo en el día a día) se ha perdido en las llanuras siberianas de una sociedad de nuevos ricos de mentira. Hagamos una apuesta todavía por los últimos resquicios de la manifestación amateur (el tiempo ha mostrado que hay muchos profesionales que saben y dan menos que un amateur, pero es otro tema)