jueves, 19 de mayo de 2011

Esa persiana que nos desprovee



“El tiempo: una persiana que se cierra como una guillotina impidiendo ver, impidiendo tomarle el pulso a las cosas. Nuestro tiempo es un no-tiempo que obliga a sobrepasar el ritmo, todos los ritmos, logrando vencer la gravedad de los cuerpos y su armonía. Hubo un tiempo en que vivir era mirar, despacio y en silencio.”


(De Filosofía en los días críticos. Diarios 1996-1998, por Chantal Maillard. Edición de Pre-Textos, 2001)






¿Conocimos alguna vez ese tiempo? Asalto de un ligero recuerdo, en algún hueco de la infancia, de otro ciclo, de otro lugar. Tenderse en el parqué de madera de un piso de alquiler, ventanas y balcones abiertos de par en par, tratando de que un aire circulante aligerara el ambiente cálido y detenido. La observación al alcance de la mirada inexperta. La inexperiencia como garante de la calma. La calma como sospecha de lo imaginado. Tiempo para la ficción. Para el abandono y el ensueño. Una elipse cuyo vector se desplazaba inadvertidamente. Aquella lentitud no lo era para todos, pero tenía una presencia compartida. Veíamos más. Algo diferente fue entrando en las vidas a medida que crecíamos unos, que envejecían otros. Extrañas coordinadas fueron infiltrando nuestros pequeños espacios, presionando sobre nuestras mentes, obligando a una competencia donde el tiempo innato se iba perdiendo, y la plenitud se vaciaba. Nada que ver el transcurso de los días que llegaron con el concepto antiguo. Empezamos a mirar de otra manera, a escuchar a la carrera y desconcentrados, a actuar llevados por la inercia de que cada jornada pudiera ser la última. Engaño de comernos el mundo. Empequeñecimiento. Nada hay de tiempo en esta actitud de vida, sino más bien de desgaste y acabamiento. El tiempo era una manifestación con sentido, y lo captábamos. Nos poseía y nos entregábamos dulcemente. Lo que llegó: una frágil vorágine donde la plenitud es obsesión inalcanzable. Hasta desproveernos.


viernes, 13 de mayo de 2011

El aplazamiento del saber, según Hrabal



“Para mí ya no existe ningún peligro, no tengo motivo alguno para advertir a nadie de la violencia de las dudas y de los errores cometidos, todos los consejos que recibí y ofrecí demostraron ser sólo vanidad de vanidades, cada persona, y por eso el mundo entero, no hace nada más que lanzarse de cabeza a la desgracia, y voluntariamente; pero sólo tras caer en lo más bajo se encuentra la verdadera luz. La luz in tenebris, eso sí, cuando ya es demasiado tarde. Y cuando ya es demasiado tarde, se alcanza la verdad que es siempre más que cualquier ficción. La ficción es siempre un bellísimo aplazamiento del conocimiento. Aunque la ficción es siempre más que una ideología, más que cualquier idea política. Un epílogo es siempre más bello que un prólogo lleno de esperanza. Si en la antigüedad los ancianos solían situarse en el primer plano era porque la vejez tiene al alcance de la mano la propia juventud inundada de luz…”


(Bohumil Hrabal, Quién soy yo. Traducción Monika  Zgustová, editado por Ediciones Destino Áncora y Delfín, 1992)






Una conclusión que se va intuyendo antes o después. Que por mucho que te digan  -qué dados eran los padres en nuestra infancia a cargarnos de consejos y admoniciones varias que no podíamos entender-  se vive tropezando, haciendo del error conducta y de la caída práctica consuetudinaria. La paradoja es que aprendemos, algo, gracias a esa caída. Sin tener muy claro que vaya a evitarnos la próxima. Pero esos errores, desvíos o caídas, ¿son motivados por el mundo de ficción en sí o por lo difícil que resulta vivir entre dos mundos? Necesitamos el mundo de ficción no sólo como elemento de supervivencia y de suavización de las asperezas, sino como camino más posibilista y luminoso para la indagación, el descubrimiento, el acierto. Es muy inteligente y sabia la frase de Hrabal: la ficción es siempre un bellísimo aplazamiento del conocimiento.  Paralelamente al aplazamiento se va sabiendo, pero se va usando exclusivamente el saber. La edad provecta trae consigo la sabiduría de la comprobación, y ahí reside el rejuvenecimiento del individuo. El hombre se vuelve joven al tocar ciertas zonas de verdad que se reafirman con los años. Ver el fondo, la luz en las profundidades, la transparencia de la gravedad, la pesadez de lo leve, el valor de lo imaginado. Propiedades que se muestran y colman el tiempo que va alcanzando cada ser. Pero el tiempo no es el calendario, es la manifestación. Lo que ocupa cierta claridad de conceptos, cierta consolidación de las dudas, cierto acomodo en lo intraspasable. ¿Qué tiene el epílogo de la existencia de cruda manifestación y de juego a los dados con la ficción? Respuesta aplazada.




domingo, 1 de mayo de 2011

Las cadenas del hombre



No sentir nuevas cadenas. Mientras no sentimos que dependemos de algo, nos tenemos por independientes: un razonamiento falso que muestra cuán orgulloso y ansioso de poder es el hombre. Pues admite aquí que bajo cualquier circunstancia debe advertir y reconocer, en cuanto la sufre, la dependencia, bajo el supuesto de que habitualmente vive en la independencia y, tan pronto la pierda excepcionalmente, notará un contraste del sentimiento. Pero, ¿y si fuera verdad lo contrario: que siempre vive en múltiple dependencia, pero se tiene por libre cuando por hábito prolongado ya no nota la opresión de la cadena? Sólo las cadenas nuevas le hacen sufrir: libertad de la voluntad no significa propiamente hablando nada más que no sentir nuevas cadenas.”


(Friedrich Nietzsche, El caminante y su sombra, punto 10. Edición de Editorial Gredos, Biblioteca de Grandes Pensadores, Madrid 2009)






En un día tan tradicional y simbólico como el Uno de Mayo, no está de más meditar con un pensamiento alejado del activismo de calle y de salón. Algo que va más allá de las formas y que ayuda a desentrañar fondos. Si la clave del libre albedrío reside en no percibir la gravedad de lo que nos sujeta y nos esclaviza, ¿qué esperanzas podremos concebir de llegar a ser libres? Dejar a la sensación o a su ausencia la conciencia de nuestra libertad es una vana ilusión. O rendirnos a otras fuerzas sin presentar batalla. Pero hoy sucede que todo el mundo sabe (tiene conciencia) de su condición dependiente. Como cree y acepta que es una condición sine qua non e imposible de sortear, divide su existencia entre lo inevitable y lo que piensa que es otro tiempo donde el hombre se manifiesta libre. Pero este tiempo acaso no existe, porque todo, cualquier tipo de actividad donde fluya un trueque, son cadenas. Y tiene razón Nietzsche: el hombre se ha habituado a las ataduras conocidas y sólo las nuevas le sorprenden y le desbordan. ¿No habrá destino liberador para el hombre? ¿Toda aspiración se limita a la percepción de lo vano?  




(Imágenes. Las dos primeras fotografías pertenecen al blog http://presenciadeespiritu.blogspot.com/)


 

martes, 22 de marzo de 2011

Conversando, y opina Kenko Yoshida



“Casi todo lo que se dice en las conversaciones es mentira. ¿A qué se deberá? ¿Será porque la verdad no es interesante?

Todos tendemos a exagerar cuando nos referimos a cosas de las que hemos sido testigos, pero, tratándose de hechos de los que nos separa el tiempo y el espacio, inventamos todo lo que nos viene en gana. Más tarde estos hechos, puestos por escrito, se convierten en verdades reconocidas.”


(Texto de Tsurezuregusa (Ocurrencias de un ocioso), del monje japonés Kenko Yoshida, edición de Hiperión, 2009)



Se puede afirmar que en los tiempos modernos las conversaciones han evolucionado. Acaso más en la forma que en el fondo. Siempre me he preguntado qué es lo que lleva a mantener conversaciones. ¿Se habla para encontrar la verdad entre todos? ¿Siquiera para establecer acuerdos en temas de interés común? ¿O nos limitamos a mantener posiciones con las cuales nos exhibimos, buscando refrendo y que los demás nos den la razón? En ese ejercicio de conversar hay prisa por imponer nuestros criterios. Esa prisa  lo único que demuestra es nuestra ansiedad por creer que somos portadores de razón. Equivocamos nuestros descubrimientos y aquellas incidencias subjetivas que han funcionado, relativamente, en nuestras vidas para generalizar y alardear con ellas. Como es probable que la conversación se amplíe y toque temas cuya comprobación dista mucho de haber sido tocada por nosotros, entonces hacemos ficción. Es posible que ya esa práctica sea más antigua que la que Kenko Yoshida denuncia en su Tsurezuregusa (Ocurrencias de un ocioso) hace siete siglos y pico. Sobre lo que hemos tocado de cerca desfiguramos los hechos en función de nuestros intereses y resultados. Con mayor razón tendemos a exagerar o desfigurar lo que no conocemos, a veces por estar en la onda. Acaso la influencia de la televisión nos haya conducido todavía más a estos abusos. Hay demasiados temas en el ambiente, y no sabemos canalizar una indagación sobre ellos. ¿Debemos entrar al trapo solo por lo que se nos pinta en un boletín de noticias o en un programa de opinión dirigida? ¿No sería mejor callar si no sabemos? Es triste que las verdades reconocidas surjan de la invención y no de la comprobación. Más triste resulta que indagar y recabar la verdad no nos interese. El mundo sigue siendo muy intrincado y denso para la fragilidad de los humanos. Si el hombre quisiera ser fuerte comulgaría más con la prudencia y menos con el compromiso formal. Así estamos.




La imagen fotográfica superior es de http://presenciadeespiritu.blogspot.com/





domingo, 6 de marzo de 2011

La extensión en Miguel Espinosa




“Para muchos, la extensión es repetición: los mismos átomos producen las mismas cosas; por consiguiente, la novedad no existe. Para otros, en especial para los niños, la extensión es acaecimiento; nada se repite, la novedad rige el mundo. Entre los primeros se hallan algunos filósofos y reflexivos, los desengañados, los cansados y muchos suicidas; entre los segundos, amén de los niños, los poetas, los viajeros en lejanas tierras y los narradores de cosas fabulosas. Mas no sólo estos necesitan ver el mundo como constantemente nuevo y acaeciente. También los pacientes investigadores de las causas naturales que mueven lo movible, los capaces de razonar sus creencias, los que poseen convicciones, como diría Aristóteles, precisan de aquella disposición. La aventura de indagar en los hechos requiere entusiasmo y atracción hacia la apariencia. En su vejez, el astrónomo Hiparco manifestaba: Si mi conciencia no hubiera valorado el universo como algo sumamente interesante, conservando siempre la tendencia que durante la niñez me movió a poseer lo extenso, recorrer la longitud y conocer lo lejano, no habría medido la distancia del Sol a la Tierra.

La novedad, extensión y misterio del mundo es algo que reside en nosotros, y que, por así expresarlo, prolonga el ser de la infancia”.




(Del libro Asklepios, de Miguel Espinosa. Edición de Siruela, 2005)





Percibir esa extensión que se trae de la infancia. Vivir sin renunciar a explorarla. Riesgo de dispersión en la búsqueda. ¿Quién dijo que se aburría? De niño solitario, los juguetes y los tebeos no suplían, sino que complementaban. Hacían crecer diálogos, facilitaban indagaciones, procuraban hasta pequeños o profundos morbos. No hay nunca repetición, los átomos producen más elementos novedosos de los que se piensa. La dinámica nunca es singular, ni anodina. La vida humana recaba precisamente una complejidad que dista de la monotonía. Quien de adulto se limita a la uniformidad y el quietismo es que ha renunciado a la identidad del niño interior y permanente que le sigue pidiendo que inquiera y rastree. La extensión cubre todo el tiempo que se vive. Cierto que éste a su vez está condicionado por las limitaciones del cuerpo. Pero incluso con el recuerdo se transciende. Los ancianos siguen teniendo un proceso de prospección interior. La tendencia a comprender cada capítulo de la vida es ya bastante para justificarla. Los que han salido de sí para comprender lo exterior también han seguido viviendo en ellos mismos. 


domingo, 27 de febrero de 2011

Kim Thúy y su memoria





“De pequeña, creía que la guerra y la paz eran dos antónimos. Y, sin embargo, viví en paz mientras que el Vietnam ardía, y sólo trabé conocimiento con la guerra después de que el Vietnam hubiese guardado sus armas. Creo que la guerra y la paz son, de hecho, amigas y que se burlan de nosotros. Nos tratan como enemigos cuando les place, cuando les conviene, sin preocuparse por la definición o el papel que les damos. Tal vez no debamos confiar en la apariencia de la una o la otra para elegir la dirección de nuestra mirada. Tuve la suerte de tener unos padres que pudieron preservar su mirada, no importa el color del tiempo, del momento. Mi madre me recitaba a menudo el proverbio que estaba escrito en la pizarra de su octavo año, en Saigón: La vida es un combate donde la tristeza acarrea la derrota.”



(De la novela Ru, de Kim Thúy, editada por Alfaguara en 2010)








Guerra y paz. Un elemento más de los opuestos que son complementarios. Antónimos que se atraen y se repelen en función de oscuros designios que las gentes no establecen pero que se ven obligadas a acatar.  Kim Thúy los percibió como aliados en una suerte que se volvió contra ella y su familia. Evidentemente, hay posiciones dentro de la sociedad; no todos los individuos padecen del mismo modo en un tiempo o en el otro. Los que vivieron bien en la paz anterior a la guerra e incluso en la guerra no pueden asimilar la dureza que viene si la perdieron. La ira de los vencedores se ceba en ellos. Más terrible puede ser el caso de aquellos que sufrieron antes y durante y lo siguen pasando mal tras las contiendas, si es que sobreviven a éstas. En ese pulso paz/ guerra en que ésta toma el relevo los individuos se convierten en más masa bruta y manipulable que nunca. ¿Cómo desviar la mirada de lo real e inmediato? ¿Cómo mantener una mirada que no se vea afectada totalmente, ni anulada ni ciega? ¿Reteniendo la memoria del pasado feliz? ¿Sosteniendo el ejercicio de la imaginación? ¿Cómo hacer casar ensueño con dura realidad? ¿Cómo desgravar lo que cae onerosamente y sin piedad? Sin ponernos en la tesitura extrema de lo que la autora vietnamita de esa sorprendente y afilada novela testimonio relata, deberíamos reflexionar y prospectar sobre la frase indicada:  La vida es un combate donde la tristeza acarrea la derrota. Simplemente porque en cada día de nuestro tiempo de paz también nos espera el límite.


jueves, 24 de febrero de 2011

Aprovecha el consejo de Vergílio Ferreira



“Aprovecha la vida mientras sea vida dentro de ti. Aprovecha tu cuerpo mientras seas tú quien vive en él. Aprovecha. Primero tienes más espíritu que cuerpo y dentro de ti hay una convulsión de ideas, una agitación insufrible de proyectos, decisiones, descubrimientos. Después la convulsión se mitiga y empiezas a vivir de las ideas recabadas. Después, poco a poco, vas perdiendo esas ideas o las vas olvidando por tus desvanes. Después, apenas quedan una o dos con las que te vas gobernando. Hasta que por fin, te quedarás solo con la carcasa de tu cuerpo, sin nada en el interior, mientras las normas municipales esperan a que abrevie para poderlo tirar a la fosa. Aprovecha tu cuerpo mientras estés dentro de él. Aprovecha mientras estás.”


(De Pensar, de Vergílio Ferreira, párrafo 279. Edición de Acantilado, 2006)





¿Y si te resistes? ¿Y si no aceptas lo que parece ser un proceso natural en los seres humanos? ¿Y si te esfuerzas para romper un poco al menos los esquemas hasta que se cumpla la sentencia? ¿Y si no se cumple nunca la sentencia? En algún apartado de ella, siquiera en el último período de esa vida que puede llegar, acaso te consumas. Pero esa realidad aparente ¿será tal cual la describe Ferreira? La reflexión es suficientemente empírica como para tomarla en consideración, pero ¿y si eres uno de esos que rompen la norma? ¿De los que han pactado secretos acuerdos con las fuerzas del mal para disponer de una porción de energía que permita no ser solo un tirado en un rincón del asilo? Pero no te hagas ilusiones. No se debe a la mera voluntariedad la prolongación de tu fuerza. Te hablan de la calidad de vida y te suena más a montaje de mercado. No sabes si las fuerzas te van a limitar pronto o te van a acompañar hasta un extremo temporal. Por eso mismo, porque no tienes certeza ni siquiera certidumbre sobre las posibilidades de tu vida, sabes que al escritor le acompaña la razón. Que usa toda la carga de una observación plena de valor a través de los siglos para advertirte. Que es benévolo en su consejo. Que es audaz en la recomendación. Que es preciso en el estímulo del verbo. Aprovecha, pues.



La imagen está bajada del blog Presencia de espíritu   http://presenciadeespiritu.blogspot.com


lunes, 21 de febrero de 2011

Wallace Stevens y su adagio Metáfora


“No existe cosa tal como una metáfora de una metáfora. Uno no avanza por medio de metáforas. Así, la realidad es el elemento indispensable de cada metáfora. Cuando digo que el hombre es un dios, es muy fácil comprender que si también digo que un dios es alguna cosa, dios se ha convertido en realidad.”

(De Adagia, de Wallace Stevens. Edición de Ediciones Península, 1987)



Una careta, un reflejo, una sombra, un endulzamiento. Cualquier cosa puede ser una metáfora. Pero la humanidad se acostumbró pronto a tomar la metáfora como la realidad. He ahí lo del dios. Insuficiente, obviamente. La metáfora sirve para desvirtuar lo real, y también para reconducir la realidad en otra dimensión. La metáfora edulcora, pero lo que se toma no es la metáfora sino la realidad descarnada. Gusto por utilizar la metáfora de lo relativo. Disgusto por convertir la metáfora en metáfora y envenenar el corazón de las almas.



La fotografía superior está extraída de http://joachimmalikverlag.blogspot.com. En la fotografía inferior Wallace Stevens.



sábado, 19 de febrero de 2011

La sombra colaboradora y Alejandra Pizarnik




"Empecemos por decir que Sombra había muerto. ¿Sabía Sombra que Sombra había muerto? Indudablemente. Sombra y ella fueron consocias durante años. Sombra fue su única albacea, su única amiga y la única que vistió luto por Sombra. Sombra no estaba tan terriblemente afligida por el triste suceso y el día del entierro lo solemnizó con un banquete.
Sombra no borró el nombra de Sombra. La casa de comercio se conocía bajo la razón social Sombra y Sombra. Algunas veces los clientes nuevos llamaban Sombra a Sombra; pero Sombra atendía por ambos nombres, como si ella, Sombra, fuese en efecto Sombra, quien había muerto."


(El entendimiento, de Textos de sombra, recogido en el libro Poesía completa, de Alejandra Pizarnik. Edición de Lumen, 2.000)







Quién es quién a lo largo de la vida es uno de los mayores desafíos. Quién puede obrar de una manera y el otro Quién puede obrar de otra. Y a la inversa, si es preciso. Si se necesitan porque en ocasiones están cansados de su rol respectivo, o porque uno no alcanza a lograr lo que el otro podría, alternan sus facultades y sus decisiones. Uno es el otro. No es que uno se haga pasar por el otro. Nunca se sabrá cuándo se trata de una diversión o de una urgencia intercambiar el Ser del uno por el Ser del otro. ¿Y si el Ser no es único? Hasta ahora creíamos que al morir uno se muere su sombra. Y Alejandra lo tiene claro. Porque suele ocurrir que la sombra del sujeto permanece a pesar de que el sujeto esté bajo tierra o disfrutando de las etéreas praderas. Muchos que han conocido a ese sujeto o bien a su sombra suelen comentar: qué larga mano tiene después de muerto. Es una manera muy categórica y autoritaria de indicar que realmente ha sobrevivido su sombra. ¿De verdad cabe pensar que sólo es una metáfora? La sombra de la historia es densa, la sombra del padre es larga, la sombra del miedo es insuperable, la sombra del dolor es constante…suele decirse. Por no ignorar las expresiones el poder en la sombra o a la sombra del poder. Tantas propiedades de la Sombra empalidecerían de vergüenza al Sujeto finito. Y las gentes se confunden como si éste perviviera. Podría haberme evitado esta perorata, ya que Alejandra Pizarnik lo dice con más exactitud y gracejo.



(La fotografía superior es del blog http://joachimmalikverlag.blogspot.com)   


lunes, 14 de febrero de 2011

Sogatira. Cioran.




"El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no-ser, entre dos ficciones."


(Ese maldito yo, de E.M.Cioran. Edición de Tusquets, 1987)



Al menos el hombre se siente en un espacio. Si se desprovee de las apariencias ese espacio es el vacío. Es el actor protagonista de un mero ejercicio dinámico. Como en la sogatira, el hombre es ese punto de máxima tirantez que las dos fuerzas opuestas llevan a la máxima tensión. Puede adornarse para determinar su visibilidad, pero no puede evitar lo profundo: esa tensión que le atrae o le  repele hacia uno de los dos extremos. No hay un punto fijo ni estable. Como mucho hay una referencia, y nunca absolutamente clara. El hombre se debate con el vacío de manera constante. Es sorprendente que precisamente lo que ocupe el vacío del hombre sea la ficción. Cuando cree ser edifica un mundo de significados y significantes a los que les otorga incluso carácter sagrado. Se refugia en ellos y lucha por ellos. Una realidad cargada de respuestas irreales, aunque posibles, que le permitan sobrevivir. Cuando duda y no se encuentra satisfecho con esa zona de la soga se abandona a la conciencia del vacío. Sufre porque sabe que todo es posible pero nada se garantiza que sea realizable. A veces, para conjurar tal conciencia se entrega o al mundo onírico o al mundo sublimado de la imaginación. El punto de máxima presión se reconoce así durante todo el tiempo que dure el juego. Soportando alineamientos en un sentido u otro. El punto de presión puede ser también un punto de ignición, donde prende el riesgo de la supervivencia. Y llegado el momento el hombre se encarna en el punto de rotura. No soporta más las ficciones de las dos máscaras de la existencia. Es cuando bajo el vacío que ha sorteado durante su temporalidad se convierte en la nada. Fin del juego. Ni vencedores ni vencidos. O sí, acaso la ficción.



viernes, 11 de febrero de 2011

Dos textos sobre el disfraz y la imitación (Marx y Pasternak)



"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal."




(El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Karl Marx, 1852)



“Aquel hombre debía poseer un don, no necesariamente genuino. El don, que asomaba en todos su movimientos, podía ser el de la imitación. En aquella época todo el mundo imitaba a alguien. A los héroes gloriosos de la historia. A las figuras distinguidas en el frente o en los días de las revueltas en las ciudades, que habían cautivado la imaginación. A las autoridades populares más reconocidas. A los camaradas que habían triunfado. Sencillamente se imitaban.”



(El doctor Zhivago, de Borís Pasternak, 1957)


No deja de ser curioso que con un siglo de distancia ambos textos se parezcan tanto. El de Marx es acusadamente político. El de Pasternak es acusadamente literario y, sin embargo, también con lectura política. Ambos coinciden en la intención y en la observación clarividente. En las puertas del Occidente rico bullen las revueltas. Tal vez las revueltas de hoy se traten de revoluciones larvadas. Tal vez se estén ya fraguando las grandes transformaciones del mañana. Pero en el Occidente rico, ¿qué bulle salvo las contradicciones y un intento de recomposición de lo mismo de siempre? ¿Se imita Occidente a sí mismo? ¿A un tiempo pasado, a una influencia perdida, a un espacio que no acaba de situarse? Y esa imitación, ¿es un guiño, una burla, un disfraz, una huída hacia delante? Pero ya nada es igual. El mundo hierve y nuevos cocineros se aprestan a preparar sus ollas. Las hegemonías del pasado finalizaron y llegan otras nuevas. Incertidumbre para unos. Esperanza para otros. ¿Sigue siendo tiempo de máscaras y de imitaciones grotescas? Tal vez el destino de los hombres sea disfrazarse y querer ser otro. Otro personaje de la historia, otro triunfador de los que venden los media, otro que hace dinero. Lo difícil es no imitar y no ponerse disfraz alguno. Y verse el alma en cueros vivos. Aceptarse. Querer ser.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Incierta presencia del planeta (Starobinski)



“Dedicamos hoy nuestra atención al destino del planeta entero, cuando nuestra preocupación por Europa persiste y cambia una vez más de  naturaleza. Pero ¿podemos recurrir a un pasado mundial común? Tendríamos que remontarnos a la invención del fuego…El orden del mundo está por hacer, no por rehacer. No es un legado que haya que volver a encontrar, es por entero tarea nuestra. Pueden ser construidas tantas cosas, y sin embargo tantos valores a los que estamos vinculados amenazan con degradarse. Naturalmente, hubo, a varios milenios de distancia, un mundo de civilizaciones meso-orientales y mediterráneas, como hubo un mundo americano precolombino. Su conocimiento es muy valioso por más de  una razón, pero ¿nos ofrecerá éste los medios que necesitamos para entrar en el mundo del siglo que viene? Tras la guerra de 1914, Paul Valéry evocaba los nombres de Susa y Persépolis, como prueba de que las civilizaciones son mortales y que las naciones de Europa podrían conocer el mismo destino.”


(Jean Starobinski, Incierta presencia, 1996, recuperado e incluído por Cuatro Ediciones en 1999 bajo el título de Razones del cuerpo)



No hay paraísos perdidos ni hubo jamás mundo feliz. Ni siquiera el mundo del pasado lo era de certezas. Mucho menos de plenitudes. Esa idea tan extendida común y equívocamente que se expresa como hay que recuperar la tierra o los valores o el sistema de vivir primigenio o la paz o el comunismo primitivo desfigura y desmoviliza. La expresión de los sistemas de organización, de obtención de bienes y de vida social probablemente nunca fue la misma y a la vez para unas y otras zonas del planeta. Al menos, no desde el nacimiento de la agricultura, de la ganadería y de las ciudades. ¿Y hasta qué punto en el paleolítico o en el eneolítico pudo haber una extensión generalizada de usos y costumbres? Es algo que los avances rápidos de la arqueología y la antropología lo aclarará no tardando mucho. Pero no se trata de invocar el pasado lejano y utópico (en el sentido de ficticio e inexistente) como respuesta al presente y menos a lo venidero. No es en la dirección de restaurar nada hacia donde hay que dirigirse. El problema fundamental del planeta, su degeneración y factible destrucción, se ha agudizado tanto que es cuestión de vida o muerte el encararlo. La demografía y el reparto injusto y desigual de la riqueza  -lo que supone el mantenimiento de un sistema de producción y distribución contradictorio y anquilosado en sus propia fijación por la obtención del beneficio a cualquier precio-  agravan y condicionan la conservación en el futuro de un ámbito donde vivir. Algo que se sabe y no se niega, pero sobre lo que no se toman medidas efectivas y no pasa sino de declaraciones de principios. Nadie previó un mundo tan habitado y depredado por nuestra especie. Nada fue escrito en el pasado y Nostradamus es una patraña. La cólera y el riesgo de la Tierra ha surgido fundamentalmente de los humanos y se ha precipitado en poco tiempo. El futuro, como dice Starobinski, está pendiente de hacerse. Y hay que levantarlo de forma nueva y con participación global. Acaso sin modelos, pero con referencias. En ese sentido, el conocimiento de las sociedades pasadas sirve para no repetir errores y conocer más el alma humana colectiva. Pero por sí mismo no proporciona herramientas de construcción y consolidación. Como mucho, de rectificación. No perderse en añoranzas de mundos inexistentes. Afrontar lo real y hacerlo de manera contundente e impostergable es la consigna para la supervivencia.





domingo, 6 de febrero de 2011

La solidez, como la ve Maillard



“Solidez. Hay lugares donde la solidez hace historia. Hablo de las piedras.”


(De Filosofía en los días críticos. Chantal Maillard)



Las piedras como lugar, las piedras como solidez, las piedras como tiempo. Antigua condición. Entre la orogénesis y la arquitectura, el vacío y la espera. Salgo de mí como hombre-especie y me incrusto en la materia bruta. Donde obran los movimientos tectónicos, se precipita la densidad de la masa y tiene lugar la mezcla diversa de los elementos. Salgo de mí como hombre-civilización y me coloco en un espacio ocupado y recreado. Soy aquello edificado para adorar las ideas que se imponen al hombre. Soy cuanto se levanta para consagrar cualquier signo de poder que se impone al hombre. Soy todo lo fortificado para defender a unos hombres de otros hombres. Soy el hábitat donde el hombre se pretende en coexistencia con otros hombres. Soy la novedad intacta para convertirme en símbolo y representación que alumbren el sueño de los hombres. Soy el hueco rupestre, la excavación del espacio postrero donde el hombre retorna a la nada. A este lado de lo onírico apenas queda dentro de mí una pizca de esa solidez que solo las piedras pueden presumir en su íntima esencia.



Imagen. Escultura de Mery Maroto.

jueves, 3 de febrero de 2011

Reivindicación del amateur, siguiendo a Barthes



“El Amateur (el que practica la pintura, la música, el deporte, la ciencia, sin espíritu de maestría o de competencia) conduce una y otra vez su goce (amator: que ama y ama otra vez); no es para nada un héroe (de la creación, de la hazaña); se instala graciosamente (por nada) en el significante: en la materia inmediatamente definitiva de la música, de la pintura; su práctica, por lo regular, no comporta ningún rubato (ese robo del objeto en beneficio del atributo); es –será tal vez– el artista contra–burgués."

(El amateur. Texto del libro Roland Barthes por Roland Barthes, editado en Kairós en 1978)




Malos tiempos para el amateurismo entregado y sincero. Nada que ver con la chapucería ni con el abuso ocioso. Nostalgia por aquellos tiempos en que ser amateur era prácticamente ser autodidacta. Más. Ser amateur era abrirse y decir: este soy yo, esto doy yo. Ser amateur era dar de uno sin esperar compensaciones materiales. Sí, una sola acaso, y no siempre. Se esperaba al menos algún tipo de reconocimiento, una admiración, una consideración ética, una complicidad de otros que practicaban ese afán amateur. Existía, por lo tanto, esa conducta como opción personal, pero también colectiva. Cuántos proyectos  -culturales, políticos, sociales-   que encima exigían poner dinero, nunca recibir, para que salieran adelante. Pero a cambio, uno se acostaba cada noche con una sensación plena. Había salido de sí mismo, había creado, a su manera. No esperaba transcendencia superior  -ni social, ni política, ni cultural-  sino únicamente satisfacción para sí mismo o, como mucho, para beneficio moral de la tribu en la que uno estaba incrustado. Práctica que se imponía como una moral aprendida en el propio andar cotidiano. Se escribía, se ponía cine, se convocaba a gente, se organizaban mesas redondas, se invitaba a individuos de fuera a los que previamente se les informaba que no había con qué pagarles, y esa gente, semejante al amateur, respondía. Hoy toda entrega tiene que ser a cambio de dinero. No se concibe la bondad y la sencillez de un ejercicio sin que el intercambio mercantil no salga a relucir enseguida. Con lo cual, la posibilidad de que toda realización amateur sea alternativa, prácticamente se difumina. Aquel viejo concepto, difuso y abstracto, sí, y aquel término, pomposo también, que tanto se nombraba (realizarse, se decía) de hacer las cosas para realizarse uno mismo, y que sonaba a bastante salvífico (pero de una salvación de este mundo en el día a día) se ha perdido en las llanuras siberianas de una sociedad de nuevos ricos de mentira. Hagamos una apuesta todavía por los últimos resquicios de la manifestación amateur (el tiempo ha mostrado que hay muchos profesionales que saben y dan menos que un amateur, pero es otro tema)


lunes, 31 de enero de 2011

Heráclito y el camino


“El camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo”

(Heráclito. Fragmento LXXX)


Si se tratara de una simple constatación  de la dualidad, de la manifestación de los contrarios, ¿habría mencionado Heráclito el camino? Se hubiera limitado a hablar de arriba y de abajo. Tiene que haber algo más. El camino es acaso el accidente físico que más se ha transformado en imagen visual ilustrativa. Arraigada como está su enunciación común en nuestra sociedad, decimos con frecuencia venirte arriba y venirte abajo, los de arriba y los de abajo, los que suben y los que caen, los que llegan y los que se quedan…por el camino. Como recurso de lenguaje, pero también como indicativo de conducta, hablar de la senda o del camino ha servido siempre para revelar el acierto o el error en nuestros comportamientos. Es dinámica en la aparente quietud. Designa en definitiva el principio y el fin de las cosas, en su turnarse perpetuo, sin que haya meta ni origen absolutos. Se trataría de la idea de los ciclos de la naturaleza. Del crecimiento y reflujo de la vida de cada especie. De la progresión y retroceso en los acontecimientos humanos. El camino es el elemento  -nunca estabilidad, siempre movimiento-  pero se manifiesta como unidad. Es la dinámica la que otorga lo singular en un mundo de probables opciones no sustancialmente diferentes. Y éstas siempre se desarrollan en el mismo punto fluctuante. Los fenómenos naturales, los ciclos, la vida animal y humana, la historia, las transformaciones físicas y químicas del universo. Todo fluye en un acontecer que denomina Heráclito el camino. El camino es el acontecer.



viernes, 28 de enero de 2011

Albert Camus: Sísifo, proletario de los dioses (sobre el mito)



"Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de las manos de su vencedor.

Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.

Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura.

Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.

Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes perecen de s reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desmesurada: «A pesar de tantas pruebas, mi  avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.

No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad. «¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.

Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice  sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso."


(El mito de Sísifo, de Albert Camus. Extraído de la edición de 1988 del libro publicado por Alianza/Losada)




Disculpad que reproduzca el texto entero de Albert Camus y parezca largo. Pero veréis que no se hace aburrido, no tiene pérdida cada palabra y cada frase. Es tan exacto, tan incisivo, tan clarividente, tan hermoso que debería quedar sin comentarios. Todo lo que uno dijera después, lo va a decir peor e imprecisamente. Pero un alma bárbara se resiste a no hilar unas pequeñas reflexiones. En el mito está todo, y Camus lo capta a fondo. La desobediencia a los dioses, el desafío a la muerte, la huída del dolor, la persecución de los goces de la vida, la condena…Un héroe absurdo. Todos somos héroes absurdos. O simplemente pringados absurdos. Persecución absurda de estabilidad, de bienes, de reconocimiento, de felicidad, de saber. Pero el límite es la condena. Rotamos esos objetivos del absurdo y nos significamos en un andar y desandar el camino. Lo llamamos altibajos, ciclos, euforias y caídas, suertes buenas y malas suertes. Una manera eufemística de justificar el destino humano. Un estilo de consolarnos al sentirnos embarcados y partícipes todos y cada uno de los individuos que pueblan el mundo. Pero si los momentos de ascenso de la vida nos llenan de euforia, las rachas de reflujo nos apesadumbran, pero…hay algo más. Nos hacen ser conscientes de lo que somos. No sé hasta qué punto cada ser humano percibe el significado de la caída en toda su dimensión. Pero su caída es su condición. Camus dice que la conciencia de esa condición es lo trágico (ay, qué rayo lógico el de los griegos clásicos) Pero esa es precisamente la tesitura que le refuerza y le puede permitir vencer. No hay destino que no se venza con el desprecio, dice Camus. ¿Estoicismo natural? ¿Resistencia pacífica? ¿Pertrecho moral? Demasiado rico el texto camusiano. Disfrutadlo con calma, pues.




Imagen. Se trata de un fotomontaje de la alemana Grete Stern.

miércoles, 26 de enero de 2011

Pablo Serrano y el ser




“Es posible contar con el espacio infinito.
Es posible sentir la realidad de la calle donde la vida es acción, velocidad.
Pero existe un punto en el silencio, estático, inmóvil, que cuenta en el tiempo. Es el ser.
Él está más allá de la realidad y la vida.
Es la soledad frente a la incógnita”


(Texto del escultor Pablo Serrano)


Tiempo y realidad física. Desafío mutuo. La pureza del ser en su vaciedad se ve alterada cuando el medio quiere estar al servicio del hombre. ¿Quiere estar o pretende dominarlo? A base de ocupar intensa y agitadamente el medio exterior el  hombre se convierte también en agente exterior. Riesgo de la pérdida de su referencia innata. Entrega de una esencia puesta a disposición de la inclemencia exigente del entorno. Planteamiento dudoso: el hombre genera realidades físicas para garantizar seguridades y potencias. Lo que parece en principio razonable y necesario se convierte en una espiral insensata. La tiranía del medio, exultante de objetos, capaz de reconvertir cada comportamiento, acto y relación en cosa, pellizca al hombre hasta desproveerlo de su sentido. El sentido o es el ser o es la nada. Tan alienante es la acumulación de objetos que limitan y describen al hombre como la nada, su abandono, el olvido del ser. Pero el ser no muere aunque el hombre no tenga conciencia del mismo. El ser se agazapa en la espera silente. La forma más perfecta de la soledad y de la incógnita. Tiene que elegir entre ambas. O tratar de armonizarlas en el hábitat personal, profundo. Sin que la cosificación nuble el objetivo. Respirar la vida no es suficiente. Hay que palpar permanentemente el aire de la conciencia. Preguntar cada día a la esfinge y desmontar sus trucos. Puede que una incógnita nos conduzca a otra. Será válido. El conocimiento no tiene fin. Lo habita el ser, siempre en territorios ignotos. Más allá de la apariencia inmediata.


lunes, 24 de enero de 2011

Habla Monsieur Teste



“Estás lleno de secretos que llamas Yo.
Tú eres la voz de tu desconocido”

(Texto de Monsieur Teste, de Paul Valery)



No te cabe ninguna duda. Desde el origen, desde la inconsciencia, desde la perplejidad. Hasta la madurez. Atesoras secretos que han nacido contigo. Cada paso por desvelar su significado ha generado nuevos secretos. Acumulas secretos sobre secretos. El ejercicio de revelado de tanto negativo permanece en tu cámara oscura. Manejas clichés, tratas de pasarlos a positivo, otras veces se velan para siempre. ¿Qué imágenes permanecen al final entre tus manos? Extrañas imágenes las del Yo. No saber cuándo permiten entender o cuando oscurecen tu visión. Entre el dilema de las manifestaciones que te exigen y la salvaguarda de tu confusión eliges ésta opción. La primera es pesada y falsa, adultera tu esencia. En el desorden se agitan más bien las voces que quieres escuchar. Voces que preservas y dispones en tu interior secretamente para no dejarte vaciar por lo ajeno. Voces que alientan el apego a tu condición inabarcable.




Imagen. Extraída del blog http://joachimmalikverlag.blogspot.com


viernes, 21 de enero de 2011

Un texto sobre la condición humana, de Edgar Morin



“Llevamos en el interior de nosotros mismos el mundo físico, el mundo químico, el mundo vivo, y al mismo tiempo nos hemos separado de ellos por nuestro pensamiento, nuestra conciencia, nuestra cultura. De este modo, la cosmología, las ciencias de la Tierra, la biología, le ecología permiten situar la doble condición humana, natural y metanatural.

Conocer lo humano no es sustraerlo del Universo sino situarlo en él. Todo conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente. ¿Quiénes somos nosotros? Es inseparable de un ¿dónde estamos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?. Pascal nos había situado ya entre dos infinitos, cosa que ha sido ya ampliamente confirmada por el doble desarrollo en el siglo XX de la microfísica y de la astrofísica. Hemos aprendido hoy nuestro doble arraigo en el cosmos físico y en la esfera viviente.”


Realmente, ¿nos hemos separado? ¿O somos un afinamiento, reflejamos esa proyección  -una proyección más, una extensión como tantas, muchas de las cuales apenas sabemos los humanos-  que el cosmos en su explosión perpetua genera? El cosmos está allí y aquí. En los agujeros negros y en lo más intrincado de las células de los seres vivos. No interpreto la cultura humana como una disgregación y una elevación sobre el resto de manifestaciones del Universo. Nos parece que está por encima, porque nuestra conciencia lógica nos lleva al mundo maravilloso de la explicación y del entendimiento. Mundo relativo, siempre insuficiente, pero siempre un paso adelante. Otra cosa es que nos lo creamos. Y ya viene desde los orígenes del ser humano esa senda paralela de la soberbia. Bien, pero éste es nuestro mundo y hacemos bien en ser conscientes, para bien y para mal, de desarrollar las posibilidades que nuestro mundo  -no único, insisto, no perfecto, acaso no el mejor, ¿qué sabemos de lo que pueda haber con otros desarrollos en la inmensidad de lo lejano y lo cercano?-   nos brinda. Las ciencias y las tecnologías que hacen avanzar aquellas deben estar para elaborar nuevos enfoques  -llámenlos filosofía, pensamiento, ideas, etc.-   sobre nuestro sentido de especie. Pero debemos hacerlo vinculados a los otros miles de mundos, de especies, de situaciones, ahuyentando con humildad nuestras pretensiones superiores. Las pretensiones superiores con lo que está fuera de nuestra limitada conciencia acaban pronto y con frecuencia arremetiendo contra los individuos humanos. Entender y sujetar la dialéctica de lo que buscamos y de lo que retenemos es necesario para el camino que pueda tomar en el futuro, cada vez más urgente y precipitado, nuestra especie.




Texto original: tomado del libro La mente bien ordenada, del científico francés Edgar Morin.
Imagen: cuadro del artista suizo Peter Birkhauser.  

martes, 18 de enero de 2011

Una ocurrencia muy actual de Juan de Mairena




“Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín   -habla Mairena a sus discípulos de sofística-   que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte  -añadía-,  reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel.

Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan   -que os la impongan-   vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara.


Que Juan de Mairena, otrosí Antonio Machado, escribiera esto en mil novecientos treinta y tantos y siga en vigor tiene miga. A esto llamo yo el valor de los clásicos. Pase el tiempo que pase desde que se hace una observación y se registra, sigue siendo aplicable no sólo en el fondo sino en la forma. Es decir, podemos interpretar un texto con toda modernidad aunque esté escrito hace montón de años. A esto le llamo también clarividencia. No tanto bola de cristal, que no se ha inventado todavía con propiedades infalibles, por mucho premio Nobel de economía que auspicien sin fortuna un día sí y otro también para deleite de los especuladores, sino como mirada profunda y conocedora de la manera de ser de los personajes. Si además se le añade ironía y humor el texto es más fácil de digerir y de proporcionar conclusiones. Puesto que todos damos por hecho, y Mairena lo tenía claro, que ser político es formar parte de una mascarada, al menos exijamos humildad, originalidad y carácter independiente. Algunos   -debemos ser una minoría de utópicos-   aún creemos en que la política debe y puede ser otra cosa diferente a la que se usa. Pero no se logra porque exige virtudes y no sólo pragmatismo y aquiescencia. De lo que uno deduce, modestamente, que si es lo que es y los políticos son lo que son (o hacen lo que hacen, seamos más prudentes)  es debido a que la población o el pueblo o los ciudadanos o la masa o los paisanos o los votantes  (escójase el sustantivo que más plazca) es un cuerpo con la máscara puesta, o peor, con las orejeras prestas a no querer ver sino el suelo y tirar al grito ajeno de arre.




Texto original. Corresponde al Juan de Mairena, de Antonio Machado.