domingo, 12 de diciembre de 2010

Almas bárbaras




 
Malos testigos son ojos y oídos para quienes tienen almas bárbaras.

Es uno de los fragmentos de Heráclito. Pocas palabras, no sólo esta frase sino en general la obra que nos ha llegado de él. Frases urdidas a trozos. Hoy se las calificaría de aforismos. Pero es hermosa la denominación de fragmentos. Tal vez escribir sea siempre algo fragmentario. Y en ello esté la esencia de la escritura. El discurso es otra cosa. Acaso retazos de fragmentos urdidos y cosidos hasta formar una pieza. Pero ¿quién podría aseverar que cada texto de Heráclito no es un discurso en sí mismo? Suficientemente oscuro para ser lo bastante abierto. Ello ha suscitado múltiples variantes, no sólo de traducción sino de interpretación y de sentido.

¿Cuál es la clave del fragmento XXXIV? Autores clásicos y modernos han arriesgado sus versiones. Así, a groso modo, hay quien considera que lo de las almas bárbaras querría decir la visión de quienes no son de los nuestros (los bárbaros)  Hay quien afirma que se cuestiona la capacidad de los sentidos si el lenguaje no sabe interpretarlos. Hay quien lo explica como que el valor de los sentidos no es lo decisivo para hallar la verdad de las cosas. Y quien matiza más diciendo que Heráclito quería decir que si no hay disposición lógica, es decir lenguaje más razonamiento, no es posible la comprensión de los fenómenos y los acontecimientos.

Es evidente que lo que condiciona este pensamiento es la expresión almas bárbaras. ¿De qué se trata? ¿De los otros? ¿De los que no han evolucionado hasta alcanzar nuestra cultura (pensada en términos de cultura griega)? ¿De los que rechazan discurrir? ¿De los que se dejan llevar por lo irracional? ¿De aquellos que se fijan sólo en lo aparente y no profundizan en las causas?

Tal vez todos tengamos almas bárbaras y los sentidos se sientan insatisfechos con lo que somos capaces de aportar a su potencial.



Imagen: rostro de Heráclito pintado por Peter Paul Rubens, del cuadro titulado Demócrito y Heráclito, ubicado en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid.


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